La liga española es la mejor del mundo por su igualdad, por su competitividad, por el nivel que han conseguido alcanzar la mayoría de los equipos que se integran en ella. Quizá por ello sea bueno también, en un ejercicio de justicia, mirar para abajo y observar que desde el noveno clasificado, el Barcelona, hasta el descenso, el Alavés, solo hay cuatro puntos de diferencia. Si la competición esta apretada por arriba, el descenso provoca vértigo solo con sumar los equipos, once, que pueden caer en la zona de desgracia. Y son muchos once equipos, once plantillas confeccionadas con la idea de la permanencia en algunos casos y hechas para ganar la liga o meterse en Europa en otros casos. Son muchos miles de millones los que se ponen en juego en medio de esta especie de ruleta rusa del balón, capaz de poner al Athletic o al Barcelona más cerca de Segunda División que de la Champions League. Y sorprenden estos datos viendo como, por citar algunos ejemplos, Javier Clemente ha sacado al Espanyol de los puestos de peligro con una plantilla verdaderamente modesta mientras el Barcelona con Radomir Antic y una plantilla verdaderamente millonaria no termina de despegar hacia las alturas de la clasificación. Los dos fueron entrenadores milagro y se ha recurrido a ellos para que reediten sus viejos éxitos. El serbio fue campeón con un equipo bien apanado aunque luego bajo a Segunda con Kiko, Hasselbaink, Molina, Valeron, Chamot, Gamarra, Baraja, Juninho, Solari y compañía. Mientras tanto, Clemente hizo campeón al Athletic con Zubizarreta, Goico, Dani, Sarabia y Argote y algunos más. Luego sufrió con los blanquiazules. Me pregunto, así a bote pronto y carente de intención, que pasaría si este ano Antic hubiese ido al Espanyol y Clemente al Barcelona. Claro que después de oír a Maradona cuestionar a Del Bosque y a Menotti decir que Ronaldo no sabe jugar al fútbol, casi estoy por quedarme a vivir aquí en Moscú y hacerme portero del Bolshoi. (Ya se que alguien lo agradecería, por supuesto).