15 Ene, 2005

Las botas de Dios

Durante muchos meses hemos escuchado y leído ácidas críticas hacia Ronaldo. Nadie recordaba sus mejores tiempos de goleador, sus rápidas carreras hacia la meta contraria, sus remates certeros que ayudaron y mucho a los éxitos del Real Madrid.

Hace muy pocas semanas, un señor que llegó a creerse que de verdad era el entrenador del Real Madrid lo dejó castigado, de rodillas y mirando a la pared, durante cuarenta y cinco minutos en un banquillo. Sólo le faltó colocarle encima de cada brazo cuatro tomos de una enciclopedia. Hemos asistido a una descalificación constante. Se le sigue llamando “gordito” aunque esa sea una leyenda de hace casi tres años y se le acusa de estar fuera de peso cuando ofrece una imagen impecable.

Se han mirado con lupa los goles de Ronaldinho como si uno fuera el bueno y el otro, Ronaldo, encarnase el papel del feo y del malo. No se le ha respetado, pero es el mejor delantero centro del mundo. No puedo entender que se le haya tratado como a un perro callejero, a pedrada limpia, que se haya entrado a saco en su vida privada, en la que ahora Daniela ha tatuado el orden y el progreso.

Ronaldo no hizo nada anormal en el Calderón. Se limitó a lo suyo: marcar goles con velocidad, habilidad y puntería. Una noche en Barcelona le metió tres goles al Valencia atravesando barreras defensivas como la muralla china. Aquella noche lo bauticé: las botas de Dios. Ahora, casi ocho años más tarde sigo pensando lo mismo. Hace lo que cualquier otro desearía al menos imaginar. Está a tres goles de Ronaldinho, ¿verdad? Pues sigan llamándolo “gordito” que aún no tengo la sonrisa hipotecada.