He querido reflexionar mucho, tras escuchar a tantísimas personas, voces autorizadas por sus cargos o por su osadía, antes de profundizar en la reyerta mortal del río Manzanares. Lo cierto es que han dado su opinión tal cantidad de seres humanos que dudo entre quienes más respeto y credibilidad mostraron; de una parte, los que actúan por el impulso inmediato de sujetar la pancarta contra la violencia y salir en la primera página de telediarios, periódicos y webs o, por otra parte, aquellos que han sabido actuar con humildad, sentido común y una buena dosis de vergüenza, mezcla que genera inteligencia.
Resulta que muchos se han rasgado las vestiduras y han puesto el grito en el cielo para culpar a la Policía. Otros, los menos, han preferido el análisis, la reflexión y las soluciones. Las reuniones urgentes de los políticos, siempre liderando la manifestación para que se les vea, me ha producido cierta sensación de nausea. Todavía no se había practicado la autopsia del deportivista fallecido y ya estaban en sus sillones de decisión dispuestos a arreglarlo todo en una mañana. Tenían un cadáver encima de su mesa pero nadie quería cargar con el muerto.
¿Qué es un muerto? Un estorbo político, que da mala imagen. Bueno, es verdad que, además, es una persona, que tiene familia, amigos, vecinos, gentes que lo aprecian con sus virtudes y sus defectos. Todos los días hay cientos de muertos. ¿Por qué este era un muerto especial? Porque la sociedad exige respuestas a la violencia organizada y descontrolada. Exige ver la cara de quienes la fomentan, inflan, sufragan y sostienen. Y también porque el fútbol es el altavoz de millones de lectores, oyentes y espectadores y de periodistas ávidos de informar.
Lo más importante era reunirse y aplicar una ley de 2007 que ya decía todo lo que ellos han dicho el jueves con siete años de retraso. No han descubierto nada con el cierre parcial, las sanciones con puntos, nada. Si me apuran, les diré que la LFP y el CSD, desde 1988, tienen en su poder un proyecto de sistema integral de accesos y seguridad mediante el que eran controlados todos los que asistían a un partido. Con tarjeta de banda magnética, cámaras de identificación, sistema biométricos y coordinadores y directores de seguridad. Ambos, Consejo y Liga prefirieron otro más chapucero, con un código de barras como el que se usa en el supermercado para cobrar las patatas y las lentejas, que costaba cinco millones de euros más. Era peor y más caro. Pero estaba hecho por amigos del Partido.
Y, desde entonces, los sabios del fútbol profesional y la política son cómplices de todos los incidentes violentos de nuestro fútbol y de sus resultados. Porque nunca han planificado nada, nunca han querido resolver nada y tan solo han pretendido salvar sus posaderas. No hay policía en el mundo mejor que la nuestra. Ya quisieran los sabios llegarles a estos profesionales a la suela de sus zapatos. Pero los sabios solo aspiran a quitarse este muerto de encima.