Los árbitros tienen la culpa de todo. Qué gran descanso para la inteligencia saber que siempre hay un sujeto al que responsabilizar de los malos fichajes, de las nefastas planificaciones de las plantillas, de las desastrosas pretemporadas, de los errores de dirigentes y técnicos e, incluso, de los fallos clamorosos de algunos futbolistas que llenan sus cuentas corrientes con muchos ceros.
Después de la campaña mediática contra César Muñiz Fernandez, me sorprende que no hayan pedido todavía su ejecución en plaza pública. Se limitan a pedir que lo metan en la nevera, donde ya lleva, digo yo, una semana y le queda algo más de frío siberiano dado que hay partidos de selecciones y corren los fines de semana. Un error de apreciación en una jugada en la que los futbolistas pretenden engañar al árbitro significa un castigo social de proporciones desorbitadas. Y hay quien pide ya que no pite más al Real Madrid ni al Barcelona ni al Elche ni al Sevilla por lo que pudiera suceder. ¿Acaso querrían asesinarlo? No se advierte tanto clamor popular ni periodístico contra aquellos que roban, desfalcan, trafican influencias, practican el cohecho, revelan secretos o cometen delitos muchos más graves que tragarse un penalty o pitar otro que no es.
Hace más de veinte años que conozco a Muñiz Fernández, digno hijo de un gran árbitro asistente y excelente ser humano, José María Muñiz Farpón, juez de línea habitual de Manuel Díaz Vega. Muchos han querido ver en esa relación familiar una protección absurda hacia Muñiz y nada más lejos de la verdad. César es uno de los mejores árbitros que hay en España y está más que considerado en Europa. Ello no implica que no se equivoque. Más yerran los demás agentes del fútbol.
Si centramos las iras de la sociedad en un error arbitral, quizá estemos generando una violencia que el fútbol y sus altavoces periodísticos multipliquen hasta el infinito. Cualquier día matarán a un árbitro, en cualquier campo de fútbol base o modesto, donde no hay guardia civil o policía local o nacional. Ese día, no se quejen ni lloren. Serán las consecuencias de estas actitudes.