Como somos un país extremista por naturaleza, no sabemos recolocarnos en el término medio para acercarnos a la virtud. La Selección Española de fútbol ha llenado nuestras casas y calles de enormes satisfacciones e inmensas alegrías. Los españoles somos más felices desde que ganamos la Copa del Mundo y ese trofeo cambió nuestra mentalidad. Ahora ya no podemos perder. Sin embargo, las más grandes selecciones han perdido después de las más brillantes victorias y su éxito ha radicado, precisamente, en volver a ganar.
Disfrutamos de la gloria con Luis y con Del Bosque y mordimos el polvo en Brasil. Un hombre sabio conoce como nadie la importancia de la reflexión, la pausa y la reorganización. España nos regaló un primer tiempo muy esperanzador en el Sánchez Pizjuán, contagiado por la magia de esta Sevilla única, exclusiva, generosa y artística, que acaricia las aguas del Guadalquivir en las manos de la calle Betis, entre nazarenos del Cachorro y la Trianera.
Del Bosque, fiel a una manera de pensar, apostó por la calidad, Busquets, Silva, Iniesta, Isco y Silva con Iker y Morata. El resultado fue positivo aunque me pareció corto, la imagen fue buena en la primera hora y dio motivos para el pensamiento y la corrección en la última media hora.
Quizá la mejor conclusión es que a España no se le olvido jugar bien al fútbol y que hemos vuelto a sentir el fútbol combinativo y la velocidad profunda del pensamiento de los campeones. Sin echar las campanas al vuelo, debemos ser optimistas. Y pacientes, muy pacientes. Esta noche se juega un amistoso. Sin rabia, sin revancha. Con honor. AFE escogió el rival.