El periodismo deportivo es capaz de encumbrar o destruir a un deportista o a un equipo en quince días. Antes de aterrizar en Brasil, íbamos a por la segunda estrella, Sergio Ramos era Balón de Oro y Diego Costa aterrorizaba a Brasil entero. Hoy, se habla del fin de ciclo y algunos aprovechados, conocidos por sectarios, pretenden hacer una brocheta con Iker Casillas y Vicente del Bosque e incinerarlos en el primer tanatorio que encuentren al regreso del aeropuerto. La mezquindad resulta molesta y desde ayer se reúne en familia con ánimo ruin y habilidades de bajeza moral. No sorprenden; son viejos conocidos.
Es evidente que España no ha conseguido su objetivo, ni siquiera el primero, que era pasar la fase de grupos y ha caído como antes lo hicieron Francia y Brasil siendo campeones. Sin embargo, tampoco es el momento de abrir el despacho para firmar las prejubilaciones y tengo muy claro que la expresión fin de ciclo esconde el interés de algunos sectores por hacer sangre y aprovechar para destrozar a viejos enemigos, por cierto, queridos por todos.
Las revoluciones no surten efecto de un día para otro; solo detienen, encarcelan y asesinan en pocas horas, si son revoluciones y no gloriosas. El fútbol español es un ejemplo de evolución y no precisa de ninguna medida violenta sino ideas sensatas, bien meditadas y en un clima de serenidad. Tomar decisiones en caliente conlleva la ausencia de reflexión. No es la hora de las brusquedades. Es el tiempo de la inteligencia, la pausa, el análisis y los cambios que se ofrecen necesarios, que tampoco parecen tantos,
Esta reflexión a la que aludo, no implica eludir las responsabilidades de todos, que son siempre colectivas, ni escapar a la crítica porque el más duro es el propio equipo, incluido su cuadro técnico. Todo se ha hecho dentro de una estructura y, a mi juicio, debe analizarse desde las personas que, en verdad, han tenido la responsabilidad de esa estructura, de la doble derrota de la imagen y del juego, del ambiente, del aroma de fútbol que le ha faltado al equipo. Del Bosque lo sabe bien y es la persona que debe liderar la transición de los campeones.
No saquemos de paseo la crueldad ni el sadismo, ni siquiera el afán de venganza o la apasionada visceralidad de la amargura, sino la capacidad intelectual, propia de hombres con altura de miras, para poner solución a los problemas y no ejercer como dinamiteros para defender intereses egoístas y posturas tan bastardas como ajenas al propio fútbol.