Vivimos una época reservada para los más afortunados. Aunque siempre hemos tenido la suerte de ver a grandes jugadores, nunca disfrutamos tanto como en estos últimos años al asistir a la explosión de futbolistas que podrán figurar en el libro dorado del fútbol mundial.

En España, contamos con varios de ello y uno es Sergio Ramos. Un futbolista extraordinario con cualidades excepcionales cuando se dan todas a la vez en un mismo caso. Sergio reina en todos el campo. Manda en la zona defensiva, impone su autoridad táctica y física, añade en el mediocampo una visión de juego clara y se atreve a meter la cabeza donde otros pensarían mucho antes de meter la bota.

Se dijo siempre, salvando las distancias, que Di Stéfano era un futbolista completo, de área a área. Y, en verdad, el juego de Ramos es el de un jugador completísimo, que no se arruga ante la adversidad, que goza de las condiciones del líder y que lleva la camiseta del Real Madrid y de la Selección Nacional tatuada sobre su piel sobradamente dibujada. Se habla con frecuencia de los grandes jugadores del mundo, entre los que anuncian siempre a los que están casados con el gol. Quizá, por este motivo, Iker o Sergio nunca estén en esas listas tan artificiales como mercantiles e interesadas.

Sergio es un Balón de Oro sin entregar, un capitán que dirige dos grandes equipos, goleador sin premiar, que levanta trofeos con estilo propio y que se muestra ejemplar en su rendimiento cotidiano. De la humildad proceden los más grandes. Nunca será Di Stéfano pero es bueno recordar que don Alfredo nunca pudo ser Ramos.