Los estudiantes se levantaron a las cuatro de la mañana. Algunos de ellos, seguramente, llegaron de empalme a la estación del tren. En Gdanks, a las orillas del Báltico, a esas horas hace frío. Cuando el tren parte a las cinco y cuarto, poco antes del amanecer, el termómetro marca seis grados y detecta la ilusión sobre el mercurio.
Los “Erasmus” de Polonia han querido ver de cerca a la Selección, se pasan el entrenamiento gritando “Con Iniesta, Polonia es una fiesta”, proclaman aquello de “yo soy español” y terminan con un “A por ellos, oe”, que quita la respiración. Son el reflejo de una sociedad esperanzada con el fútbol pero también esperanzada con todo lo que la rodea.
La Selección es una fábrica de sueños, el taller de las ilusiones. En esta Polonia del siglo XXI, la España delbosquiana se presenta con todo, incluso el recuerdo para los ausentes, David Villa y Carles Puyol. Ayer, mientras oscurecía sobre el mar gélido, noté idénticas vibraciones a las que sentí la noche que llegué a Potchefstrom para iniciar el Mundial 2010 y recordé a todos cuantos nos ayudaron a ganar.
Aquí, antes de cerrar los ojos, dediqué unos minutos a todos los polacos, desde Lech Walesa a Karol Woytila, que entregaron su esfuerzo por la democratización del mundo y, después, reflexioné sobre todos aquellos que, procedentes de cualquier lugar del planeta, fueron exterminados por los asesinos más feroces del siglo XX.
Quiero disfrutar de la Polonia moderna, de la paz y la libertad, de la alegría de sus habitantes y de la felicidad que convierte el fútbol en la alquimia de la sociedad. Sólo falta que La Roja transforme nuestras ilusiones en oro para que los estudiantes de Erasmus hagan brillar sus jóvenes sonrisas.