Ser nombrado “MVP” de la liga está muy bien a nivel personal, acabar la temporada endosando un 3-0 a tu enemigo íntimo y ganar todos los títulos en juego a nivel colectivo quizá sea a lo máximo que se puede aspirar (aunque lo mío con Pablo Laso sea un amor imposible, por decirlo suavemente), pero tanto a Felipe Reyes como a cualquier buen aficionado al baloncesto la sensación de justicia poética para con el último pilar de aquellos “Juniors de Oro” al conseguir la Euroliga este año, definitivamente, no tiene precio.
Recuerdo como si fuera ayer el punto de inflexión en su carrera personal que supuso, más que a ningún otro, aquel Campeonato del Mundo obtenido en Japón: Felipe había llegado al Real Madrid unos años antes, un poco más alto y espigado que su hermano Alfonso, siendo la mayor de sus virtudes el dominio del rebote y su mayor lastre el tiro libre; a partir de Saitama no solo acabó con sus problemas en la línea del 4,60, sino que su eficacia a media distancia ha ido mejorando con los años, incluso con algún que otro triple memorable como el que se marcó en la remontada del segundo partido de la eliminatoria ante el Anadolu Efes este año.
Como comentábamos en este mismo lugar hace algún tiempo al hablar de Juan Carlos Navarro, tal vez Felipe y el resto de aquella maravillosa generación no alcance la última frontera del oro olímpico que aún se nos resiste, el broche perfecto para rebatir, aunque sean tan pocas veces en la vida, aquella sentencia de que en la realidad, al final nunca ganan los buenos; pero gracias a todos ellos ahora sabemos que ese último peldaño lo terminaremos por subir. Y que todos lo veamos.