Dice el viejo refrán que, en ocasiones, los árboles nos impiden ver el bosque. El fútbol no resulta ajeno. Hemos asistido a una crítica feroz y universal al futbolista uruguayo Luis Suárez, que mordisqueó el hombro izquierdo de su rival, el italiano Chiellini. Partimos de la base de que un deportista que muerde a otro en una competición, debe ser expulsado de la misma y comparto, en este aspecto, el criterio del comité sancionador de la Copa del Mundo de la FIFA. No deseo juzgar ni entro a valorar si los nueve partidos o los cuatro meses de sanción añadida en su club, presente o futuro, y en su Selección puede parecer excesivo o no. Pretendo analizar otra cuestión no menos importante.
Todos vimos la ficción de Arjen Robben, excelente futbolista, en la que simuló una caída dentro del área con absoluto descaro y que terminó por engañar al árbitro. Una trampa clamorosa que perjudicó a su rival, otra Selección tan digna como la suya, que contribuyó a falsear el resultado final del partido, la eliminación injusta de un equipo y la clasificación de la Selección de Países Bajos. Para Robben, no hay ninguna sanción, a pesar de que el daño causado fue mayor en la realidad que el mismísimo mordisco de Luis Suarez. Me pregunto, y someto a la consideración del lector, cuál debe ser la línea jurídica a seguir por un comité disciplinario ante situaciones como estas que se han dado en la Copa del Mundo.
¿Sería justo expulsar de la competición a Arjen Robben? ¿No es cierto que su acción, premeditada y habitual, tiende al engaño y a la trampa? ¿Debe conformarse la FIFA con el Juego Limpio Financiero y no sancionar el juego sucio dentro del terreno del juego? ¿Hay, acaso, algo más sucio que engañar al árbitro y hacer daño a un rival? En mi caso, no aplaudiré nunca las acciones como la mano de Maradona en su gol contra Inglaterra en el Mundial de México 86. No hay mano de Dios capaz de hacer una trampa de ese calibre.
No quiero que nadie piense que aplaudo la pillería, eso de que el fútbol es para vivos, de que las argucias sirven siempre, no. La ley debe castigar al tramposo, haga lo que haga y se llame como se llame.