El Atlético de Madrid conquistó la liga española y Cholo Simeone resucitó a Luis Aragonés y a Jesús Gil en un santiamén. El equipo lleva el sello del entrenador y éste, a su vez, lleva la marca del Atlético de Gil. Luis Aragonés fue un futbolista de categoría y un entrenador de leyenda por muchas situaciones creadas por el mismo y otras que lo rodearon toda su vida.
No deja de parecerme extraño que Gil y su estilo, Luis y su personalidad, hayan vuelto a la vida, uno diez años después de su muerte y el otro a los pocos meses. Quiero decir que los cánticos acerca de ambos no dejan de ligar al club de hoy con el de hace veinte años, y con el de hace cuarenta si nos remontamos a la final de la Copa de Europa contra el Bayern.
Cholo Simeone ha querido resucitar los sentimientos, unir a los suyos a través de las emociones, calentarlos sobre la base de las sensaciones. La memoria es amplia y este club está ahora organizado de forma modélica pero no nos engañemos. No es modélico porque gane sino al revés: gana porque su estructura es perfecta como club de futbol. Y esta es la obra de otro Gil, Miguel Ángel, que supo heredar de su padre la visión empresarial y aplicar su propia experiencia y sus conocimientos para crear un Atlético de Madrid SAD.
Funciona con los criterios propios de una empresa. No hay sentimientos que impidan vender a Torres, Agüero o Falcao si por el medio caminan sesenta millones de euros. Con Enrique Cerezo en la presidencia, el Atlético se ha convertido en la alternativa de poder, en el partido bisagra del fútbol español y en un ejemplo de gentes sencillas, personas de bien que agradan a los aficionados. Nunca han salido con una declaración explosiva, fuera de tono o excesiva. Se han limitado a hacer bien las cosas y a rodearse de buenos profesionales.
Por eso, con una estructura de empresa y de club, con el equipo en manos de un motivador y de un estratega sin par, los rojiblancos han ganado la liga. Creo que ha sido por méritos propios y es justo reconocerles una victoria sin paliativos y un título ganado a costa de buen fútbol, inteligencia y saber hacer. Si a eso le sumamos los sentimientos generados por los vivos y los muertos, comprenderemos mejor el éxito de un gran equipo. Desde la humildad hasta el triunfo.