Concluyó este fin de semana la temporada motociclista en Cheste, una temporada que, a los seguidores habituales, nos ha dejado cierto regusto amargo por diferentes motivos.
Que el campeonato no termina hasta que se baja la última bandera a cuadros no deja de ser un axioma totalmente cierto, pero que llegásemos a la última carrera para conocer el nombre del campeón de Moto3 ha sido más fruto de la casualidad que del devenir del campeonato: los dos roscos y la precaución en las últimas cinco carreras de Danny Kent dieron la posibilidad de soñar con un milagro a Miguel Oliveira, pero el colchón de puntos era tan grande que era altamente improbable que el título no fuera para el británico, aunque incluso su “compañero” Hiroki Ono provocase más de una angina de pecho en el garaje de su equipo con sus adelantamientos a Danny en la última vuelta. La participación española no ha podido ser más decepcionante salvo en el caso de Jorge Navarro, mejor debutante: fuera de la lucha por el título desde prácticamente el inicio y sin ninguna victoria en todo el año.
Johann Zarko ha dominado con claridad la categoría de Moto2, aprovechando los problemas técnicos de Tito Rabat en la primera parte del campeonato y los físicos al concluir el mismo. Luis Salom y Alex Márquez no han aparecido en todo el año, aunque para el primero sea más preocupante su “ausencia” si la comparamos con la actuación de su compañero de escudería: la evolución de Alex Rins, alcanzando el subtítulo en su primer año en la categoría, al menos nos asegura para el año próximo un aspirante con garantías.
Qué lástima que para un día en que el motociclismo acapara los focos sea como consecuencia del comportamiento antideportivo de uno de sus protagonistas. La deplorable acción de Valentino Rossi en Malasia nos ha privado de tantas cosas en Cheste que siento una profunda rabia por no haber tenido un final acorde con lo que hemos vivido toda la temporada: en primer lugar muchos parecen olvidar, Valentino el primero, que los pilotos se juegan el físico durante las carreras, y su acción en Sepang podría haber tenido consecuencias mucho más graves que lo que finalmente sucedió; en segundo lugar, dirección de carrera debía haber sacado bandera negra al italiano durante la misma o, en su defecto, quitarle los puntos conseguidos a posteriori después de haber decidido sancionarlo; y para concluir, el daño hecho a la reputación del piloto más grande desde la jubilación de Ángel Nieto es difícilmente reparable: excepto para los seguidores de Jorge Lorenzo, la gran mayoría de la afición deseábamos que el italiano volviera a proclamarse campeón del mundo, acorde con su leyenda, a una edad en la que para algún bloguero de Le Monde siempre es sospechosa (salvo que el protagonista sea francés, por supuesto), mientras que para el resto es un ejemplo de superación y dedicación constante al deporte que amas.
Toda esta polémica también ha eclipsado el justo reconocimiento al campeonato alcanzado por el mallorquín, que con su pilotaje y la superioridad técnica de las Yamaha sobre las Honda en gran parte del año ha sido un muy digno sucesor de un Marc Márquez que este año no ha rendido al nivel de los dos anteriores. La desgracia para esta categoría continúa siendo la nula competitividad de todo aquello que no sean las dos marcas punteras japonesas: Ducati no respondió a las expectativas creadas en la pretemporada y del resto de pilotos que pudieran en algún momento plantar cara a los cuatro “grandes” la falta de material hace imposible cualquier atisbo de lucha por el título. Lo vuelvo a repetir, o se igualan mecánicas o la categoría reina acabará como la Fórmula Uno, aburriendo a las ovejas.