A la segunda bola que sacó Epi del bombo no pude contenerme más: la suerte deparada por la mejor mano del baloncesto español en el sorteo del pasado mes de febrero nos dibujaba una primera fase bastante complicada y un cruce con un grupo cargadito de minas.
Descartando a Irán, los nuestros no podrán tener un momento de respiro en los primeros días de competición; con Egipto podemos permitirnos algún cuarto de relajación, pero ante Brasil, Francia y Serbia tonterías las justas, aunque esta vez el quedar primero de grupo no sea una garantía de tranquilidad para el partido de octavos, teniendo en cuenta que allí, si se cumplen los pronósticos, el primer problema que tendremos que resolver será Puerto Rico, equipo evidentemente inferior a España sobre el papel pero que te puede amargar el día. Por si fuera poco, Grecia, Argentina o Croacia, o cualquier otro rival con el que hubiéramos coincidido en la primera fase, serán nuestros obstáculos para la ansiada final del día 14.
Quizás lo más irritante de este Mundial de baloncesto que vamos a disfrutar sea la omnipresente “esperada final España – Estados Unidos” en boca de cualquier entrevistador de casi todos los medios de comunicación. A parte de ser una falta de respeto para el resto de competidores, demuestra una ignorancia rayana con una temeridad supina al descartar no solo a equipos que pueden batir a España si no conseguimos estar a nuestro máximo nivel durante la mayor parte del campeonato, también con un equipo tan bueno como el lituano al que veo perfectamente capaz de dar un buen susto a un equipo yanqui que no ha traído a la cita española a sus mejores hombres.
Hace más de quince años que esta generación inauguraba una época dorada (nunca mejor dicho) en el baloncesto patrio; qué mejor colofón que una medalla de ese color para unos jugadores que nos han hecho felices durante tantos años. Y los que nos quedan.