Las cruces de San Jorge que conforman la bandera georgiana terminaron rendidas tras una exhausta batalla de fútbol en la que España sacó todos sus recursos y Georgia dignificó el fútbol. El gol de Soldado a cinco minutos del final puso justicia en el marcador. Gaspar Rosety, Director de Medios RFEF, vierte sus sensaciones en la vieja ciudad de Tbilisi.
RFEF- 11-09-2012. Gaspar Rosety. Tbilisi (Georgia)
Georgia huele a fútbol, sabe a fútbol, suena a fútbol. El espectador advierte pronto que se aspira un profundo fervor patriótico en el estadio Boris Paichadze, que lleva el nombre del fallecido héroe del Dinamo de Tbilisi. A las orillas del río Mtkvari, la capital georgiana acoge un millón y medio de habitantes que pueblan las tierras fundadas por el rey Vakhtang I en el año 458 después de Cristo.
La Avenida Ruskavili, donde un día instaló su residencia transcaucásica la familia Romanov, llevaba dos días congestionada por las banderas de “Los Cruzados”, la Selección de Georgia. Desde la plaza de la Libertad, escenario de la pacífica “Revolución de las Rosas” en 2003, Tbilisi vivía para el partido. No en vano su nombre significa “aguas calientes”, por las termas que afloraban a la superficie de la ciudad primitiva.
España, tricampeona de Europa, campeones del Mundo, llegaba en medio de una expectación reservada a las grandes escuadras de la historia. Comenzó un encuentro serio, rígido, de esquejes de tablero poblado de reyes, reinas, caballos, alfiles, torres y peones. Blancas contra rojas. Rojas juegan y ganan. Aquí, donde nació el legendario Tigran Petrosian, campeón del mundo de ajedrez, Del Bosque tuvo que vestirse de Spassky o de Fischer, de Karpov o Kasparov, quizá de Román Torán, para dar jaque mate a un conjunto de piezas formado por héroes. Resultó una partida interminable.
Georgia aportó al partido un ejército lleno de juventud, de voluntad para competir y cuajado en una férrea disciplina táctica. Los movimientos defensivos, los constantes enroques ordenados por su maestro Temuri Kutsbaia, desbarataban constantemente los ataques sistemáticos de España. La Selección entraba por tierra, mar y aire mientras las defensas de Georgia, acostumbradas a los históricos asedios de persas, árabes, bizantinos y turcos, soportaban con eficacia desesperante las oleadas de los españoles.
Del Bosque, que salió con Soldado en el nueve y Silva e Iniesta en las alas, contemplaba desde la banda los pases profundos, combinativos, las paredes, triangulaciones, aperturas de juego, lanzamientos en largo y disparos a puerta de sus cerebros Xavi Hernández, Xabi Alonso y Sergio Busquets, reforzados en la salida del balón por Piqué y Sergio Ramos y en las bandas largas y redobladas de Arbeloa y Alba. Ante la impenetrabilidad de las murallas georgianas recurrió con valentía a tres variaciones buscando con Pedro, Cazorla y Cesc la entrada imposible, el quiebro impensable, el remate mortal. Acertó Vicente, una vez más, y la España delbosquiana se adelantó en el marcador cuando el cronómetro se deslizaba ya espeso hacia el final. Sólo el pincel excelso de Gudiashvili, el hombre que mejor pintó la realidad de Georgia, podría dibujarlo mejor. Iker, en su soledad, observaba desde lejos.
“Los Cruzados de San Jorge” dejaron la vida sobre el tablero, defendieron con la épica de quien se sabe en el camino de la verdad y la muerte. Ante una Selección que viene de ganar tres Eurocopas y un Mundial, Georgia dignificó el fútbol con su planificación, con su puesta en escena y su valentía, su sentido del honor de las camisetas que lucieron y la ilusión de un pueblo que no cesó de animarlos ni un minutos. No será fácil que le den jaque mate en Tbilisi a este equipo de héroes modestos del fútbol moderno.
Por ello, la victoria de España, una de las más trabajadas y elaboradas que se recuerdan, adquiere mayor valor al enfrentarse a un rival que parece menos de lo que en realidad enseña. Una gran lección de fútbol y tenacidad en un magnífico escenario, en este bellísima ciudad que rinde pleitesía al arte y la cultura, al fútbol, y que se ha convertido en el marcapasos de un país que ama la modernidad mientras lucha por incorporarse a la vanguardia de un gran continente. Georgia, que separa las lindes de Europa y de Asia, puede mirar orgullosa desde las faldas del Cáucaso la realidad que se avecina. Un gran progreso en el fútbol que convierte en oro la victoria de España.