Hace unos días, tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad de La Coruña, el I Foro Estatal “Fútbol sin violencia”. Asistí envuelto en la pena y la melancolía por el reciente fallecimiento de Vicente Leirachá pero Vituco merece un capítulo aparte. El caso es que allí se debatía con los mejores expertos del país acerca de la violencia en el deporte y el fútbol en particular.
¿Por qué acusar siempre al fútbol de ser un escenario violento y formado por seguidores violentos? Contra esta opinión, argumenté la violencia que reina en la sociedad, a veces con mayor estridencia, otras de manera más silenciosa, que siempre se excluye de cualquier análisis sociológico. Tal parece que pretenden convencernos de que toda la violencia se reduce a navajas, palos, bengalas y lanzamiento de objetos en un recinto deportivo cuando la realidad se muestra bien distinta. Los lamentables incidentes de noviembre en Madrid Rio terminaron con un muerto y varios heridos. Cabe preguntarse si dos grupos violentos, que se citan para una pelea a las siete de la mañana de un domingo, son gente del fútbol o personas que utilizan el fútbol como excusa. Cinco horas antes de un partido y fuera del estadio. No les interesa el fútbol. Les da igual viajar sin entrada. Acceder al estadio no es su prioridad.
Nos encontramos ante una violencia callejera pura y dura, ante bandas organizadas que subsisten todo el año, no los cuarenta días de partido, y basan en sus ideologías extremas los odios o amores con aficiones rivales. Hombres hechos y derechos, padres de familia, que viajan con armas blancas o bates de béisbol, que quedan para pegarse al amanecer, ¿pueden considerarse violentos del fútbol? No. Son violentos sociales que, el resto del mes, planifican actos delictivos.
Contamos con una policía especializada desde hace más de treinta años en la prevención y lucha contra la violencia, en su conocimiento de los grupos ultras y de sus miembros más peligrosos. La violencia es una responsabilidad del Estado. Si la policía española, a mi juicio la mejor del mundo en este aspecto, dispone de información, evitará hasta el mínimo desliz. Si los jueces dispusieran de los mecanismos legales necesarios para castigar estas conductas, habría mucho escarmentado. Y si los medios de comunicación trataran este asunto con verdadera responsabilidad y conciencia ciudadana, otro gallo nos cantaría. Si los clubes dijeran tolerancia cero contra la violencia y, por detrás no regalasen entradas ni viajes a los ultras, el fútbol sería de otro color.
Vivimos una doble moral que alcanza a los políticos. La Comisión Antiviolencia es un claro ejemplo. Tras no declarar el Atlético-Deportivo de alto riesgo, se reunieron con urgencia el lunes a las diez de la mañana para hacerse ocho fotos y salir en quince televisiones. Ni siquiera tenían en su poder la autopsia de Jimmy. No sabían si había fallecido por golpes o por la caída. Sólo les atenazaba el miedo de tener que cargar con el muerto.
Quiera Dios que me equivoque pero este coruñés que vivía en la calle La Franja, junto al comedor “O Celeiro” del gran Tonecho, no será el último por quien llore una familia. Mientras tanto, que se sigan reuniendo para vergüenza de nuestro querido país todos esos políticos inútiles que viven solo para amargar la vida de los demás en lugar de servir a los ciudadanos.