Los que tuvimos la inmensa fortuna de verlo jugar sólo hallamos palabras de gratitud para un futbolista extraordinario. Zidane convirtió el cambio de milenio en una obra de arte perpetua y nuestra memoria debe guardar con mimo todos sus lienzos. Para los madridistas, en particular, quedará siempre la volea de zurda de Hampden Park, que hizo temblar Glasgow, Escocia, Europa y el mundo entero.
Para los aficionados, sus genialidades con la camiseta estelar del Juventus, la azul de Francia y la blanca del Real Madrid, con ruletas impagables y pases y goles de antología, Zidane representa la belleza, la estética, la profundidad en el fútbol y la suerte suprema, el gol con mayúsculas. Nunca sabremos si el quinto peldaño que disputan tantos jugadores excelentes, después de Di Stéfano, Pelé Cruyff y Maradona, tendrá el nombre de Puskas, Kubala, Luis Suárez, Rial, Platini o será de Zizou pero sólo esa posibilidad nos da la medida de su excepcional valía. Lo bauticé como el “Marqués de la Hierba”. Elegancia natural, exquisita.
Como entrenador, goza de un recorrido peculiar. Ha intentado trabajar cerca de los maestros y su carrera en el fútbol base le ha permitido ensayar sus conocimientos. El Real Madrid siempre ha obtenido grandes éxitos con entrenadores que gestaron la libertad como medio natural, que convirtieron el vestuario en un lugar amable, que conquistaron la convivencia y alcanzaron el preciado bien de la solidaridad en los futbolistas.
Por eso, me gusta Vicente del Bosque, como me gustaron Leo Beenhakker y Molowny. Y todas esas virtudes también adornan a Zidane. Estas cualidades no garantizan el éxito pero acercan el buen ambiente y las victorias, siempre que los jugadores cumplan con su misión, sin restricciones.