Las líneas rotas que nunca hubiese querido escribir, las frases sentidas y dolientes que jamás deseé unir, encadenar en busca de un significado lastimoso y doliente, muy doliente. Jamás pensé que tuviese que certificar a golpe de teclado tu muerte. Jamás mí querido y admirado Gaspar. Hubo un tiempo de que todo era a puño y letra, ese tiempo pasó y llegó el teclado y su envolvente frialdad.
Hablé contigo por la mañana y te caíste por la tarde. Todo un sinsentido brutal y despiadado. La noticia corrió como un reguero de pólvora por las redes sociales. Para entonces tú yacías inconsciente en la cama del hospital 12 de Octubre sumergido en un sueño profundo del que ya no volviste. Lo último que te escribí fue ‘La Voz perdida’. Siempre agradecías mis escritos. Escritos que no ‘colgabas’ en tu “refugio personal” porque te azoraban en demasía. Así eras tú.
Fuiste mi jefe en aquella maravillosa aventura que representó Radio Voz. Aquella Radio fresca, atrevida, cercana y mundana. Aquel equipo que con tu sello e impronta personal gustó y se gustó a partes iguales. José Luis Corrochano, Miguel Ángel Méndez, Arancha Rodríguez, Antonio Domingo Muñoz,…’Juego Limpio’ fue aseado y disciplinado y abrió puertas a quienes después de aquello iniciaron nuevos y apasionantes periplos.
Más tarde llegó, de forma pausada, la amistad. Lejos del bullicio de las retransmisiones, lejos de los goles enternecedores y envolventes, apartados de la liturgia del previo y de las ruedas de prensa fue surgiendo una sincera amistad de doble sentido. De ida y vuelta. Siempre estabas cuando te buscaba. Para un consejo, para una necesidad, incluso para una urgencia como fue en mayo del año pasado cuando mi hijo Iván, de una semana de
vida, había sido diagnosticado con un ‘Apple Peel’. Me ayudaste, nos ayudaste sin escatimar en la entrega. Hiciste llamadas, movilizaste a los tuyos, nada quedó por hacer. Aquel infame y casi mortal ‘Apple Peel’ dio paso a un diagnostico mejor e Iván tiene hoy ya diez meses.
La vida no te ha dejado envejecer en tu Gijón del alma. No podrás pasear por la playa de San Lorenzo, esa misma playa que acunó tiempo atrás tus sueños y anhelos. Allí, frente a la ‘escalerona’ está tu casa, están tus libros, están tus cosas. También está Cimadevilla, la iglesia de San Pedro, esa que tú tan bien conoces, el café Dindurra en Paseo Begoña, 11; sí, sí ese café donde en tus tiempos mozos te juntabas con tus amigos a disertar sobre lo humano y lo divino. Lo humano lo fuiste aderezando a tu modo y manera; ¿lo divino?, eso comienza a partir de ahora.
Decías que “la radio es ritmo, talento y sabiduría”. En aquellos cubiles
radiofónicos que eran y son las cabinas de retransmisiones juntaste, cual
druida, los tres condimentos antes citados y cincelaste una obra perfecta.
Apasionado en el ritmo, brillante en el talento desplegado y sabio con el
verbo y la literatura. Cantabas o contabas con un exquisitez digna de
elogio. Cubrías, con la elegancia y porte de un alquimista, no sólo el campo
de juego sino sus aledaños. Y después de todo ese ritual llegaban los
noventa minutos más deliciosos que uno se pudiera imaginar. Cadencia
más cercana al frenesí que a la mesura, hipertensión vocal cuando de cantar
un gol se trataba. Volcánica manera de hacerlo, titán desatado, locutor en
estado puro. Summum insuperable. La voz casi quebrada, casi perdida, casi
ahogada en aquellos estadios para el recuerdo: El ‘Ámsterdam Arena’, el
mítico ‘Hampden Park’ de Glasgow, el ‘Santiago Bernabèu’, el ‘Molinón’,
el desaparecido y añorado ‘Insular’ de mi Gran Canaria, esa isla a la que te
escapabas cada vez que podías.
Te acabas de ir y ya te echo de menos. Sin ser un cercano, tampoco me
siento un lejano de ti. Proyectos inacabados, libros aún por leer, artículos
todavía por hilar y crear. Batallas literarias junto a Adela Reina, tu mujer,
tu compañera, tu amiga, tu desacelerador vital. Viajes a los confines de la
tierra, al interior de las almas atormentadas por sus miedos y carencias,
mano tendida siempre al amigo, al compañero. Los dos Pablos, Milanés y
Neruda; uno aquí el otro allí, nunca podrán excusar su presencia. A ti no
Gaspar, a ti no. Tú que tenías amigos hasta debajo de la tierra; y si no que
le pregunten a Omar Reygadas, el minero número 17, el héroe de Atacama.
Leer, escribir, vivir, envejecer, y vuelta a empezar. Te me has muerto de
repente, súbita y trágicamente. Pierdo al “compañero” que me daba paso
para “crear literatura sobre la marcha”, pierdo al amigo que descolgaba el
teléfono y con voz serena, ¡quién lo diría!, me escuchaba y ayudaba. Pierdo
a mi valedor, a mi protector, a ese genio ungido por la magia que le brotaba
a raudales por todos los poros de su piel. Ya no podré narrarte ese gol que
deseabas oír, ya no. Ya no podré hablar contigo de Goytisolo, ni de Víctor
Hugo Morales, ni de Jorge D’Alessandro, el portero eterno, ni ir al
restaurante ‘Las Peñucas’ de tu parte a preguntar por Agustín de la Peña.
Ya no amigo mío.
Ahora se agolpan casi todos para alabarte y bendecirte. Ahora casi todos sacan a la luz sus panegíricos, ahora todos son tus amigos, tus aventajados alumnos, tus incondicionales y devotos seguidores, tus edecanes más fieles, tu guardia pretoriana. Todos sin excepción. ¡Ay qué vida y qué gente!
Gracias por ser lo que has sido, y como has sido: humano, cercano, mundano. Hasta siempre “compañero”, hasta siempre amigo.
DIEGO DE VICENTE FUENTE
EN VALENCIA A 9 DE MARZO DE 2016