Hay fechas en el calendario que marcan un antes y un después. El pasado 6 de marzo fue una de ellas, con el fallecimiento de Gaspar Rosety. Para mí era algo más que un hermano. Tenía siempre la puerta abierta para atender cualquier problema o cualquier petición con la solución dispuesta. Una sonrisa estaba en su respuesta e incluso la mantenía para esconder los problemas que pudiera atravesar. Era espléndido en todos los aspectos, solidario y detallista para dar el grito de ánimo en el momento más necesario.
Gaspar era gigonés a todos los efectos. Si nació en Madrid era porque las comunicaciones eran demasiado lentas en 1958 y a nuestra madre no le dio tiempo a trasladarse desde la capital de España, donde nuestro padre estaba destinado en aquella época, a Gijón. Con sólo ocho días de vida ya respiraba el salitre del Cantábrico en el martillo de Capua, en la calle de Ezcurdia, primero, y en la Cabrales del Náutico, poco después. Quien lo tachó de madrileño y madridista no sabe que primero era gigonés y sportinguista.
Desde muy joven se enganchó a la radio, con unos inicios vertiginosos. De juvenil fue en Radio Gijón, la “mili” la pasó en la Inter de Héctor del Mar y su proyección la inició con José María García, donde pronto marcó diferencias en Antena 3. A escala profesional fue el número uno y la estrella de la familia, pero en el plano personal se granjeó el cariño de casi todos. Algún envidioso siempre se pierde en el camino.
Tuvo etapas felices en Radio Voz, trayectoria que cortó Telefónica para evitar competencias por pequeñas que parecieran, y en el Real Madrid, hasta que llegó Florentino Pérez en su segunda etapa, pese a que antes mantuvieron una estrecha relación y hasta escribió su biografía. Hubo quien se portó mal con Gaspar, sin que lo mereciera, pero cada cual lo tendrá colgado en su conciencia, aunque más de uno carece de ella.
Últimamente estaba tremendamente feliz al lado de Villar, a quien veneraba por su trabajo y sus cualidades, convencido de que “vamos a ganar las elecciones”, pendiente de trasladarse a Ginebra, con mucha ilusión, si su presidente pasaba a dirigir la UEFA. Para eso intensificó sus estudios de derecho deportivo. Lamentablemente, no va a poder disfrutar de los próximos comicios del fútbol español, como tampoco pudo cumplir la ilusión de ser presidente del Sporting, propuesta que se le hizo sin que llegaran a concretarse las condiciones que consideraba correctas. En cualquier caso, mantenía una estrecha relación con Javier Fernández, quien conoce gestiones que hizo desde Madrid para favorecer al club gigonés. Pero ese talante lo tenía con todos. Por ese motivo aglutinaba tanto cariño, que se palpó en los actos de su despedida y que seguro que se repetirán en la que se organizará próximamente en Gijón, con fecha pendiente de concretar.
En la federación se le valoraban sus conocimientos de fútbol y derecho deportivo, como en los clubes que lo conocían, en la Universidad fue un profesor relevante y en su vida personal, una marido extraordinario, un padre inigualable, un hermano irrepetible y un amigo de todos sus amigos y hasta de quienes no lo eran tanto. La masiva y cariñosa respuesta popular hacia su persona es merecedora de un agradecimiento máximo, lo que en unos momentos tan complicados es motivo de orgullo, si bien el tremendo vacío que dejó hace que ahora veamos la vida de otra forma, con la necesidad de recuperar la ilusión perdida. En Gijón y en el Sporting le echaremos mucho de menos.