16 Jun, 2016

“¡Viva España y viva Dios!”, por Orfeo Suárez.

¡Viva España y viva Dios! La exclamación llegó como si lo hiciera transportada por el eco desde el fondo de una caverna. Era difícil entender algo en la ruidosa grada de prensa durante los minutos que sucedieron al gol de Iniesta, en el Soccer City de Johannesurgo. Abrazos, empujones, gritos y lágrimas se entreveraban mientras un corpachón, puesto en pie, gesticulaba con las manos y era capaz de abstraerse de la algarabía para hacer suyo ese momento. Gaspar Rosety se giró, me miró y no me dijo nada. Ni siquiera se quitó los auriculares. Todo lo decían sus ojos. Lloraba mientras narraba.COPA AVIÓN REGRESO 2

Rosety ya no era la voz referencial de la radio deportiva. En 2010, los momentos de su gran eclosión, como mascarón de proa del imperio García, habían pasado. Narraba la final para una radio prácticamente clandestina, un canal por internet de la Federación Española de Fútbol, donde estuvo empleado hasta que una mala caída se lo ha llevado para siempre. Sin embargo, lo hizo con la pasión intacta. Lástima que esa pieza única, como lo fueron sus narraciones del gol de Mijatovic, en la ‘Séptima’, o de Nayim contra el Arsenal, no tuvieran tantos oyentes. Finalizó con ese “¡Viva España y viva Dios!” que correspondía a un hombre creyente y patriota, aunque jamás proselitista. Pero, sobre todo, a un hombre solemne y a la vez ocurrente, cualidad indispensable de un narrador deportivo. A su tono profundo no le faltaran las metáforas, ni el humor, como cuando dijo, en tono irónico, que el Luis Enrique jugador era como la primera rebanada del pan Bimbo. Jamás se sabe qué hacer con ella.

Con respeto a todas las opiniones, me permito decir que Rosety ha sido el mejor narrador contemporáneo de la radio deportiva en España, porque a su voz grave y profunda unía la preparación exhaustiva de los partidos, un rica utilización del léxico, cimentada en horas y horas de lectura, y la sagacidad y los reflejos. Aunque amparado por la enorme influencia de José María García, con el que empezó en 1982, año del Mundial de España, trabajó en un tiempo de creciente competencia en el sector, alejado de las etapas monopolistas de Matías Prats padre, la gran voz predecesora de su tiempo. Antes de incorporarse con García, en la extinta Antena 3 Radio, pasó por Radio Intercontinental, en 1979, junto a Héctor del Mar. En todos los que le siguieron, Manolo Lama, Alfredo Martínez, José Antonio Luque, Antonio Muelas o Antoñito Romero hay algo de Rosety.

Ser el narrador de García era ser una autoridad en el deporte, pero Gaspar no era de los que decía “no sabe usted con quien está hablando”. Imponía por su voz y por su porte, propio del notario de provincias, aunque la mejor forma de conocer qué le unía realmente a las personas era la relación que forjó con los técnicos de radio, en especial con Julio Menayo, probablemente una de las personas más afectadas por su muerte, junto a su mujer, Adela, sus hijas y su hermano Manolo. Deja tres hijas, Lara, de su primer matrimonio, y Adelita y Beatriz.

Gaspar, Menayo y Roberto Gómez recorrieron España de arriba a abajo numerosas veces. A ellos se uniría Pipi Estrada. Como dice Menayo, después de cinco millones de kilómetros, de horas de volante y puros en la noche, la muerte llega en una caída en la calle. ‘Bobby’ y Gaspar podían discutir sobre las informaciones durante horas de viajes, pero tenían algo en común: eran uno sentimentales. Menayo pasó el último tiempo muy cerca de Gaspar, ambos en la Federación.

Había nacido en Madrid, en 1958, pero siempre se sintió asturiano. De hecho, los inicios de Gaspar se produjeron en Radio Gijón, donde empezó a trabajar en 1975. La desaparición de García de las ondas, en los años 90, acercó a Gaspar al Grupo Voz, donde desempeñó cargos en su emisora y colaboró en el periódico de mayor tirada en Galicia. El periodista nunca dejó de hacerlo a lo largo de toda su trayectoria, con artículos en Noroeste, Marca, Diario 16, La Voz y, hasta su muerte, en La Razón. Por amistad personal, en 2006 ayudó a Ramón Calderón en la campaña a la presidencia del Madrid. Tras la victoria, Calderón le ofreció un puesto como adjunto a la presidencia. Un año antes, no obstante, Gaspar había escrito un libro sobre Florentino Pérez.

Después de ese paso, Ángel Villar le ofreció varios cargos en la Federación, donde estuvo relacionado con la comunicación del organismo y el desarrollo de los medios propios. Finalmente, continuaba como adjunto al presidente. Preocupado hasta el detalle siempre por el reglamento y las legislaciones deportivas, desarrolló amistad con Manuel Díaz Vega y se preparó con la realización de varios Masters, entre ellos uno de Derecho Deportivo. Siempre estaba en primera fila en las clases. Lector de leyes como de periódicos, era capaz de devorar un libro a la semana. Llenaba los tanques como nadie, un buen ejemplo para alumnos de periodismo, y de esa forma construir las mejores metáforas, pero su voz no era producto del entrenamiento. Era un don. Gaspar diría que fue un regalo de Dios. Sea o no, exista o no, que lo acoja como el hombre que fue y nos deje su eco para siempre.

6 de marzo, 2016.