23 Sep, 2021

BENAHOARE (LA PALMA)

Dedicado a mi hermano Nicolás que nos dejó un 24 de septiembre de hace nada.

Tarde o temprano el volcán durmiente tenía que despertarse, tarde o temprano la poca laxitud del terreno se volvería contra la propia tierra, su natural epidermis, para mostrar, para enseñar al mundo que a la naturaleza nadie puede hacerle frente. Cuando la naturaleza habla dicta sentencia y ni el más alto tribunal, civil o eclesiástico, puede revocar su veredicto final.

Hoy todas las miradas se dirigen a una isla hermosa, plena de luz y de color, una isla que junto a sus otras siete hermanas cohabitan acunadas bajo el manto protector del gigante Atlántico, el océano de nuestros primigenios sueños y anhelos. Allí abajo, alejada de la tierra peninsular, más africana que europea, camino y paso de culturas, de mestizajes, allí donde el tiempo y la vida van a otro ritmo, con más pausa, con más sosiego, como queriendo disfrutar de las cosas un poquito más.

26 de octubre de 1971, hace ya 50 años, otro volcán palmero, de nombre Teneguía se alzó majestuoso contra el poder establecido de una tierra fecunda que tembló de costa a costa. 24 días de bramidos sulfurosos, de ríos, no de color púrpura sino de magma, 24 días de agitarse y convulsionarse presa de un enloquecedor estertor, casi epiléptico, que abrió a la isla ‘Bonita’ en canal.

El Teneguía había sido, hasta hace unos días, el último de los volcanes isleños en levantase, en erguirse y proclamar a voz en grito su reinado ¡Dios guarde al Rey!

Después de aquellos 24 días de quejidos abisales el volcán sufriente e hiriente se ladeo hacía su izquierda y volvió a quedarse profundamente dormido, asido a la tierra que un lejano día lo vio nacer. El periodo de hibernación acababa de comenzar.

Los calendarios empezaron a caer, los años a pasar; la vida, pausada y serena, transitaba entre vivencias varias, paladeando cucharadas de bienmesabe, el rico sabor de lo nuestro, la vista oteando la hermosa y legendaria Caldera de Taburiente, allí donde los antiguos aborígenes de la isla se reunían para educar y de paso soliviantar al mito, a la leyenda…; cuando de pronto, cinco lustros después, otro volcán palmero, hermano del Teneguía, decidió despertarse y levantarse en armas. Vómitos de lava y lenguas de fuego. Descenso lento pero con paso firme buscando salida al mar, buscando donde caer vencido y rendido; y a su paso todo que devora, todo que destruye y quema a más de 1000º de temperatura. Ni en el infierno de Dante hace tanto calor.

Cumbre Vieja se hace oír. El volcán en forma de dragón literario, emulando a aquellos seres pérfidos que mientras volaban escupían lenguas de fuego. Cumbre Vieja se ha vuelto transgresor y dicta su veredicto y por ende su sentencia. Derecho Civil, Derecho Romano, incluso Derecho Canónigo, todos ellos y algunos más presa de las llamas purificadoras. Puede que Cumbre Vieja, al igual que antaño hiciera el inolvidable y recordado Teneguía, quieran mandarnos un mensaje; tal vez busquen,  desde lo más profundo de sus entrañas, expiar nuestros múltiples y variados pecados. Lujuria, gula, ira, soberbia, pereza, avaricia, envidia. Siete vicios capitales que llevamos cosidos a nosotros desde que la humanidad echó a andar.

Hoy el mundo vuelve su vista hacia La Palma, y lo hace entre abducido por el espectáculo que ofrece el fuego y preocupado por los gritos desgarradores y casi suplicantes que emite Cumbre Vieja, el volcán de los lamentos, el volcán de las amarguras y tristezas. También los lugareños lloran y genuflexionan ante lo que se les viene encima. Minutos para correr, minutos para huir.

La Palma se desangra ladera abajo. La lava lo engulle todo con una voracidad insaciable. Lo hace con gula, a la manera y forma romana, como si de una bacanal dionisíaca se tratara. ¿Dónde estás Horacio?, ¿dónde escondes tu “beatus ille”?, hoy más que nunca necesito cobijarme al amparo de los Clásicos, me urge encontrar un lugar de paz, de equidad, lejos de la vía del sufrimiento, del dolor más intimista y personal.

La Palma, Benahoare (“mi patria”, “mi tierra” según Abréu Galindo), no encuentra la manera de cerrar las heridas que se abren en la tierra camino al mar; allí donde el padre Atlántico intentará cauterizarlas y de paso mitigar dolores. Las gentes pierden sus casas, pierden sus enseres, por perder pierden una gran parte de su identidad. No hay consuelo en sus corazones, solo tristeza, miradas perdidas, creencia de que todo es un mal sueño y que pronto despertaran. Pero no, no lo harán; la lava seguirá ladera abajo, desbocada, desatada, henchida de un poder interior, ese que le da el estar al lado de lo natural, de lo que ni el hombre ni nadie pueden controlar. El espectáculo que se abre antes los ojos es sencillamente dantesco. Mezcla belleza con ruindad.

Las Islas Canarias son en conjunto un enorme y mayestático volcán. Ora apagado, durmiente, silente; ora encendido, despierto, ruidoso. La naturaleza en su máxima expresión. Las Islas Canarias exhalan e inhalan todo el aroma poético y no tan poético que proveniente de sus milenarias entrañas se asoman cada cierto tiempo al exterior a través de sus femeninos y ardientes volcanes. Volcanes turgentes, recostados y ladeados “Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverum reverteris” (Génesis 3,19).

                                                                             DIEGO DE VICENTE FUENTE

EN MISLATA (VALENCIA) A 23 DE SEPTIEMBRE 2021