26 May, 2019

RUGIDOS EN KINSHASA

África sigue envuelta en su milenario enigma, ese que a ritmo de tam tam seduce al más humano de los mortales. Los viejos leopardos de Zaire aún campan libremente por la sabana con porte altanero e imperial. África sigue escribiendo a base de rugidos y bramidos su cautivadora y tierna historia. El lado más salvaje busca humanizarse a su forma y manera.

30 de octubre de 1974, hace ya una eternidad, en el estadio ‘20 de Mayo’, hoy llamado ‘Tata Raphaël’, se citaron dos demoledoras y graníticas fuerzas de la naturaleza, dos iconos irrepetibles e inolvidables del boxeo. Allí, en el epigastrio de África, con una gigantesca imagen del mariscal Mobutu Sese Seko, el sátrapa Mobutu, presidiéndolo todo se citaron y se retaron ‘Big’ Foreman y el otrora Cassius Marcellus Clay, reconvertido tras su paso al islamismo como Muhammad Alí. Dos mundos antagónicos cara a cara, ‘face to face’; por un lado el odiado George, el negro al servicio del poder blanco y por el otro el lenguaraz y desafiante Alí, el ‘Loco de Louisville’, el desertor de Vietnam, el proscrito a los ojos de la alta sociedad norteamericana de la época, esa sociedad que asumió para sí los innegociables valores heredados de su orgulloso y altivo pasado heráldico.

Aquel 30 de octubre el mundo entero se detuvo y miró con descaro y sin tibieza al antiguo Congo belga, el caro y sádico capricho del rey Leopoldo II.

El ambiente en los días previos a la pelea estaba enrarecido. Una brecha en la ceja de   Foreman en un entrenamiento hizo que el combate pasase de septiembre a octubre; tiempo que aprovechó Alí para publicitarse con la población local. Y lo consiguió. Su alto poder de convicción atrapó y atrajo a su causa a los nativos que ávidos y huérfanos de mitos se rindieron a su mayestática presencia . Él, que había desafiado a los suyos renunciando ir a Vietnam so pena de ser desposeído del título de Campeón del Mundo acrecentó aún más las simpatías hacia su figura. Al otro lado del  tablero, en las tinieblas y en los abismos de la incomprensión habitaba el huraño George. El gracioso frente al ácido y antipático ‘Big’. Y toda esa mescolanza trajo como consecuencia un ambiente hostil y de rechazo hacia el tejano. Para la historia y para el recuerdo quedan los minutos previos a la pelea, cuando entró en el ring George Foreman y Alí en unos de los laterales del cuadrilátero alzaba repetidamente su brazo derecho, puño cerrado, mientras casi 60.000 frenéticos y desatados espectadores gritaban, en lingala, como una sola voz “¡Alí bomaye!”, “¡Alí mátalo! Febril y frenética reacción de unas gentes que olían la sangre, y lo que era todavía peor, demandaban sangre aunque esa sangre fuera humana.

El desenlace del combate es de sobra conocido. Alí volvió sonriendo de los infiernos mientras Foreman cayó con estrépito en él. Dos años, con una depresión entre medias, tardó en levantarse George. Pero se levantó, vio la luz, también a su Dios, abandonó sus amanerados poses de engreído, odioso y soberbio y se volvió humano. Veinte años tardó en recuperar el cetro Mundial, pero lo logró. Tenía 45 años cuando el viejo dinosaurio tejano levantó triunfante sus brazos al cielo. Había regresado, había recuperado su antaña dignidad perdida a orillas del río Congo. En África no sólo se había dejado el cinturón de campeón, en África se había dejado su corazón y su alma devorados por los viejos leopardos zaireños, descarnados depredadores que lo sumieron en la nada a grandes dentelladas.                                                                   

El tiempo pasó y ello trajo consigo la reconciliación de dos enconados enemigos. Entre ellos surgió una sincera amistad de doble sentido. Amistad que duró hasta la muerte de Alí. Aquellas moles humanas, rocosas, pétreas, que desafiaron a los ritmos circadianos,  que escribieron sus propias ‘Memorias de África’ y que a su peculiar manera ayudaron a engrandecer al deporte de las doce cuerdas son ya leyenda.

El oscarizado documental ‘When we were Kings’ (‘Cuando eramos Reyes’) ayudó a cerrar el círculo. Nos lo mostró todo, no los dio todo, sin ambages, sin guardarse nada para sí como otrora hicieron estos dos gigantes, hercúleos hasta la mística, estos dos gorilas de la niebla: Tombo y Timba.

África amanece siempre de forma diferente. La antigua Zaire se baña desnuda en las aguas del río Congo, el río purificador y revitalizador. En cada porción de tierra, en cada aldea anclada y perdida en los misteriosos recovecos de la historia, donde la malaria, el dengue, el ébola, el sida cohabitan con la población local y donde la palabra miedo no tiene cabida aún se producen rugidos, rugidos en Kisangani, rugidos en Lubumbashi, rugidos en Kinshasa, la antigua Leopoldville; y de fondo, como si de una letanía se tratase todavía se escucha de forma clara el sangriento grito de “¡Alí bomaye!”, ‘¡Alí bomaye!’, ‘¡Alí mátalo!’, ‘¡Alí mátalo!’

                                                                        DIEGO DE VICENTE FUENTE