Aunque a algunos, tristemente, les pese, el deporte femenino va haciéndose cada vez más presente en nuestra sociedad, conquistando audiencias y seguidores hasta hace poco impensables, tal y como han demostrado las finales del Europeo de baloncesto y del Mundial de fútbol celebradas el pasado domingo: este último ha servido además para hacer visible una demanda inaplazable: la equiparación salarial con los jugadores internacionales masculinos.
La actual generación de la selección española de baloncesto ha forjado un espectacular palmarés, 7 medallas en los últimos 7 años: para que se hagan una idea de la dificultad de esta gesta, el equipo masculino de los Navarro, Gasol, Reyes y compañía “solo” consiguió 5 consecutivas entre 2005 y 2009. El reconocimiento que se merecen las Palau, Cruz, o Domínguez por citar a las más veteranas debería ser equiparable, una consideración que esperemos se mantenga en el tiempo independientemente de los galardones que se pudieren obtener en un futuro.
Si en nuestro baloncesto encontramos argumentos para demostrar similitudes y denunciar discriminaciones, lo de la selección de fútbol femenina de EEUU no resiste comparación, exceptuando el baloncesto profesional norteamericano, con ningún otro deporte masculino o femenino del planeta: en los ocho mundiales disputados hasta la fecha, el combinado yanqui ha ganado cuatro y ha conseguido alguna medalla en los cuatro restantes; en los 6 Juegos Olímpicos, también con cuatro oros en su haber, solamente en Río 2016 no estuvo en el podio. “¡Equal pay! (igualdad salarial)” se pudo escuchar el pasado domingo en Lyon en apoyo a la demanda presentada por 28 jugadoras el pasado 8 de marzo ante un tribunal de Los Ángeles para reclamar una más que justa equiparación en el dinero percibido por sus homólogos masculinos, discriminación aún más sangrante si comparamos el palmarés de uno y otro combinado.
Puede que, a día de hoy, sea utópico reclamar a los clubes o empresas privadas, a los organizadores de torneos individuales, la igualdad salarial para los deportistas independientemente de su género; en la mayoría de los casos pueden argumentar que el impacto mediático, publicitario o el volumen de ingresos es radicalmente distinto según el sexo y de ahí la desigualdad en los premios, pero es totalmente inaceptable que en pleno siglo XXI cualquier federación de cualquier país democrático no tenga ya realizada dicha equiparación salarial. No hay escusas para estos organismos que, no lo olvidemos, se administran con dinero público.
Alfredo Plaza