El pasado domingo Rafa consiguió la copa que le faltaba para tener la docenita reglamentaria por si le vienen visitas a casa: lo realmente preocupante para el tenis mundial es que la práctica totalidad de la vajilla se la sigan repartiendo tres señores que, pasados ya los treinta años (37, 33 y 32 respectivamente), siguen sin tener herederos que amenacen estropearles el ajuar.
Desde 2004, año de la explosión de Roger, hasta el presente, 52 de los 62 títulos de Grand Slam disputados han ido a parar a las vitrinas de los actuales dominadores del circuito: el suizo inició su cuenta un año antes, Rafa en 2005 y Nole no arrancó hasta 2008, pero más de década y media después es absolutamente inexplicable este triunvirato. Por supuesto que ha habido otras épocas en las que destacaba uno o dos jugadores, pero quitando a Agassi (12), Sampras (10), Connors (9) y Borg (8), raramente alguien había pasado 6 temporadas seguidas (con algún año en blanco de por medio) ganando al menos alguno de los cuatro grandes. Mucho ha evolucionado la medicina, la preparación física y mental, y la alimentación entre otros aspectos a lo largo de los últimos años, pero esta evolución ha sido igual para todos: el único argumento al que nos podemos asir para intentar justificar esta anomalía es la coincidencia simultánea de los tres mejores tenistas de todos los tiempos con la imprescindible suerte de que sus lesiones les hayan respetado lo suficiente para repartirse todos estos grandes torneos a lo largo de tantas temporadas.
Más pronto que tarde estos tres tenores dejarán paso a la siguiente generación, pero a día de hoy solo el calendario es su único rival: que alguien pueda superarlos en calidad a cualquiera de ellos difícilmente lo verán nuestros ojos pero, mientras tanto, que sigan asombrándonos con sus recitales.
Alfredo Plaza