Orgullo en Ucrania

La Selección ha vuelto a regalar a la sociedad española un bono de cinco noches de felicidad garantizada. No lo igualan ni Paradores ni El Corte Inglés. Hemos conseguido ganar disfrutando y sufriendo y siempre gozando de finales felices. Para vencer, se necesita llegar a las máximas cotas de esfuerzo.

Portugal puso en apuros a un equipo que lucha por defender sus coronas. Necesitó dejarse la vida para tratar de impedir que España jugase pero se le fue el partido porque confío todo a un hombre solo. Y un solo jugador no puede con todo un equipo. Un rival extraordinario, de enorme dificultad. Victoria con doble mérito.

España juega en grupo porque entrena, piensa y vive como un grupo.  Del Bosque ha conseguido algo tan decisivo como que jueguen bien, que se necesiten los unos a los otros. Esa es su gran obra de entrenador moderno, actual; conducir un grupo de grandes estrellas, de futbolistas a los que el planeta Tierra rinde pleitesía y que sientan la felicidad de jugar juntos. Inteligencia emocional y recursos tácticos.

Aquí, en Kiev, capital de Ucrania, soñamos con una victoria para regalársela a una afición extraordinaria que se enfrenta a la crisis y se gasta lo que tiene, y lo que no tiene, por recorrer medio mundo animando a su Selección. Este es el equipo de todos, el equipo de una nación entera que muere por ellos cada día porque ellos mueren en el campo cada noche por nosotros. Nos llamamos España y somos, todos, el mayor orgullo de nuestro fútbol. Unimos personas. Unimos pueblos.

La noche más oscura abre las puerta a la más hermosa: España en la final de la Euro 2012.

La noche más oscura abre las puerta a la más hermosa: España en la final de la Euro 2012.

Las historias más trabajadas, las situaciones más difíciles, las noches más complicadas, suelen conducir a alegrías y satisfacciones directamente proporcionales a al esfuerzo, a y a la ilusión puestos en la búsqueda de un final feliz. Gaspar Rosety, Director de Medios RFEF, reflexiona sobre la clasificación de España para la final de la Euro 2012.

27-06-2012. Donetsk, Ucrania.

El río Kalmius atraviesa la ciudad del Donbass Arena con un caudal amplio y poderoso. Donetsk es una ciudad que ha sufrido los avatares de la II Guerra Mundial, literalmente destruida, y el calvario del estalinismo. Hasta que llegó Nikita Jruchev y comenzó a redimir a sus habitantes, no pudieron abandonar su nombre de urbe Stalino, y recuperar su actual denominación, procedente del río Don. Los ciudadanos se levantaron de todas las catástrofes con paciencia y sufrimiento infinitos. Hoy, son una gran urbe en un gran país. Se reconstruyeron por dentro y por fuera. La Selección hizo metáfora de ese mismo sufrimiento para crecer.

España vino a las orillas del Kalmius consciente de que las historias más bellas son las más complicadas. Por eso, al trabajo diario, el equipo de Vicente del Bosque añade dosis severas de paciencia, de confianza, de fe, de esperanza y ponen el cariño de las cosas bien hechas aunque la tarea no obtenga brillo. Las virtudes que auguran un buen sabor de boca se tejen minuciosamente entre las agujas del tiempo. La Selección Española encontró no pocas dificultades para jugar contra Portugal; en realidad, topó con todas. Y, como siempre, mereció la pena. Paulo Bento sacó a relucir un discurso conocido, reventar a España a base de impedir que haya partido, es decir, tratar por todos los medios de que se juegue lo mínimo y, de esa ingrata manera, poner sus oraciones en una falta cerca del área o un contragolpe que sorprenda al rival dando la vuelta demasiado tarde. Esto se tradujo en un dominio intenso de la pelota y graves problemas para encontrar pases profundos a la espalda de los centrales, Pepe y Bruno Alves.

Del Bosque apostó por un delantero centro clásico, Negredo, para fijar la defensa portuguesa. Los fijo bien pero no hubo huecos para que entrasen los medios de ataque que flotaban en torno al área, Silva e Iniesta. La lectura del partido ofrecía complejidades para dar con la clave idónea. Se observaban dos formas opuestas de jugar al fútbol. España bajaba el balón a la hierba y Portugal lo hacía volar a un metro del suelo, cuando menos. Unos por tierra, otros por aire, conscientes todos de que el fútbol se juega abajo, en las verdes praderas. Portugal no debía ganar porque no se empeñaba en ganar si no en evitar que lo hiciera España. Puso en práctica un estilo destructivo y consiguió entorpecer la noche hasta límites dolorosos, sin apostar por la victoria. España sí lo hizo, emboscada en una maraña de futbolistas de patadón y tente tieso, de pelotazos que sólo buscaba que no se jugase.

El equipo nacional español cumplió su tarea defensiva con rigor y seriedad. El entramado zonal de Del Bosque no dio una sola opción a la estrella lusitana, Cristiano, apagada constantemente por Arbeloa, primero, y Piqué, Alba y Sergio Ramos, especialmente éste, más tarde. El marcador sólo debía encontrar un destino pero no llegó hasta que hubieron pasado ciento veinte minutos de desgaste enorme por ambas partes. Portugal, con dos días más descanso que España, hizo notar esa prevalencia de fuerzas. A lo que los verdes ponían esfuerzo, La Roja imprimió calidad. Su sello de calidad.

Del Bosque modificó sus variantes tácticas y sacó a Cesc Fábregas por Negredo, abrió el campo por las bandas con Navas y Pedro y Portugal buscó, primero, la prórroga y,  más tarde, los penaltis. Si ganaban serían héroes y si perdían sería una muerte digna. Se la facilitó España. Es cierto que, al pasar el reloj por el minuto 116, todos recordamos viejas glorias y soñamos por un instante con el milagro repetido. Sin embargo, esta vez el futuro había preparado un desenlace aún más elaborado, más castigo, más sufrimiento antes de obtener un gran premio.

En la tanda desde los once metros, Iker le paró el primer tiro a Moutinho y tapó a Bruno Alves en el cuarto. Marcaron Pepe y Nani. España hizo los deberes, aunque Xabi Alonso, en gran momento de juego, no atinó el primero. A continuación, marcaron Iniesta, Piqué y Sergio Ramos, éste con un estilo Panenka que acredita una seguridad incuestionable. Y llegó Cesc, el otro chico del minuto 116, el del último penalty a Italia en los cuartos de la última Eurocopa. Le dijeron que tirase el segundo pero pidió lanzar el quinto. Tenía fe, sintió esa corazonada que te alumbra el final, que ilumina la historia. Tomó la pelota. La puso pausadamente en el punto cubierto de cal. Y la clavó. Puñalada de dulzura en el marcador millonario del Donbass.

La tristeza de los brazaletes negros en recuerdo de Miki Roqué se tornó en un excelente homenaje a su recuerdo. Habíamos dejado atrás Polonia, aunque jamás podremos olvidarla, y entramos en Ucrania sin meter ruido. Había luchado España contra sus rivales sobre la base de una idea, de un estilo de juego y de equipo. Fieles hasta la muerte a ese concepto que moderniza el fútbol, Vicente del Bosque y su grupo han conseguido clasificarse para la final de Kiev, la ciudad de las cúpulas doradas. Seguramente, John Hughes, el galés que fundó Donetsk  allá por 1869 para industrializar el carbón de las minas de los cosacos, no podría imaginar jamás que un puñado de españoles alcanzarían aquí una victoria capaz de abrir los sueños de una nación entera. España reposará su cabeza en una almohada llena de ilusiones.

Javier Miñano

Del Bosque arrolló a Blanc en su particular partida de ajedrez. Como los viejos tableros de las batallas de Boris Spassky y Bobby Fisher, el Donbass escenificó dos realidades. Los alfiles, caballos y torres de España aniquilaron las piezas blancas de los galos.

Superioridad en medio campo, rotaciones constantes, posesiones ilimitadas, rupturas laterales pese al doble refuerzo de la derecha francesa, un poco floja últimamente, y el acierto rematador justo y necesario decidieron quién fue mejor.

Es la hora de Javier Miñano. Hemos cambiado Ucrania por Polonia y de jugar a quince grados a veinticinco y bochorno. La temporada se arrastra por las últimas hojas del calendario y la recuperación de esfuerzos resultará fundamental para afrontar a Portugal, que ha descansado dos días más. El trabajo de Miñano se convierte hoy en fundamental para que la frescura aparezca de nuevo en Donetsk. Sólo si jugamos con esa chispa que nos caracteriza, aseguraremos la victoria porque la táctica y la técnica son asignaturas superadas por futbolistas excepcionales y cuadro técnico.

Algunos, sin estrenarse, llegan descargados. Otros, menos. Del Bosque decidirá cómo mover sus peones pero considero primordial que Javier Miñano, el experto en Ciencias de la Actividad Física de la Selección Española, el universitario, como le llaman cariñosamente, tenga el equipo a punto y la ITV bien pasada. Las previsiones apuntan al miércoles con menos calor y algo de lluvia.

Vicente ha salido vencedor en la estrategia, derrumbando debates sobre el tablero. Los aspectos físico y psicológico adquieren una importancia capital en este último tramo, si queremos volver a ser campeones.

España arrolla a Francia con un fútbol de poesía

España arrolla a Francia con un fútbol de poesía

No sabemos cuánto va a durar este espectáculo pero necesitamos disfrutarlo al cien por cien. Una España de calidad superlativa arruinó las esperanzas de Francia. Gaspar Rosety, Director de Medios RFEF, analiza el partido del centenario de Xabi Alonso y la victoria histórica de la España delbosquiana.

23-06-2012. Donetsk, Ucrania.

Perico Alonso ganó dos ligas con la Real Sociedad de Fútbol de San Sebastián al comienzo de los años ochenta y engendró, al mismo tiempo, un poema de amor al fútbol. Y a la conjunción de versos, alumbrada en Tolosa, la llamó Xabi. Francia entera se asombró anoche del espectáculo de posesión de la Selección Española, del juego de un equipo que aburre a los contrarios porque, el fútbol se disputa entre dos y aquí sólo jugaba uno. Daba la sensación de que Francia había pagado butaca de patio para asistir al centenario de una batuta privilegiada, para los oídos, que escuchaban oles y para los ojos, que veían el Paraíso.

Si otras noches hablamos de la inmejorable calidad del juego colectivo, deberíamos repetir idénticos argumentos y, si otros días alabamos el fútbol de Iniesta, Xavi, Silva o Cesc, lo del Donbass Arena de Donetsk lleva el nombre de Xabi Alonso. No sólo porque fue autor de los dos goles, siendo ello importante, sino porque asumió un papel de liderazgo destacado en una sesión muy participativa de todo el equipo, con despliegues excelentes de defensa y delantera para ayudar a construir el fútbol que maravilla a Europa. Los hombres de Blanc asistieron gratis a un concierto de la mejor orquesta del fútbol mundial.

Francia, la Francia en reconstrucción de Laurent Blanc, se basa en premisas de buen gusto, en un sentido colectivo del fútbol y en la búsqueda de calidades superiores como son las de Karim Benzema o Frank Ribery. Sin embargo, al exjugador del Barcelona y campeón del mundo en St. Dennis en 1998, le asustó tanto la magia habitual de La Roja que, seguramente deslumbrado por su esencia, situó a un lateral derecho, Debuchy, como medio volante en la banda por delante de otro zaguero, Réveillère, permitió la lentitud y espesura de Rami y no fue capaz de encontrar en Malouda, por fuera, el futbolista que necesitaba para oxigenar el ataque de los galos, porque se quedó a tapar por dentro.

Del Bosque dejó arriba a Silva e Iniesta en las bandas y a Fábregas en el enganche con libertad de movimientos y obligaciones de corte de la salida del juego rival. España defendió con su mejor arma, con la posesión, aunque no fuese el partido de más tiempo.

Hubo posibilidad de adelantarse con una jugada en la que pareció apreciarse, de forma nítida, penalty de Clichy sobre Cesc. Iban cinco minutos pero no tuvo valor. Nadie lo protesto y la Roja mantuvo su ritmo. España jugaba, Francia miraba. Cuando Iniesta le dio un balón profundo por el perfil izquierdo a Jordi Alba, Alonso acompañó por el segundo palo y el centro medido del lateral llegó directo al corazón del área. Un cabezazo en plancha de Xabi abrió el marcador y puso unos renglones de justicia a la enorme superioridad de la Selección Española.

Por el camino, fueron quedando posesiones interminables de nuestra Nacional y las miradas boquiabiertas de los contrarios, exasperados ante el fútbol trenzado de miles de combinaciones, lideradas por Alonso, el hijo del gran Perico, uno de los grandes poemas de la Guipúzcoa de finales del siglo XX. No importa que los versos no encuentren rima si tienen ritmo y dicen lo que deben decir. Ni Galdós ni Baroja  hubieran superado en Ucrania la literatura fresca y cadenciosa, futbolística, de Xabi, que se hizo una fiesta por sus cien partidos con la Selección. La remató al transformar el penalty claro que Réveillére cometió sobre Pedro. El canario le hizo un traje a medida a Rami, lo destrozó en el área y el compañero no tuvo más remedio que arrollarlo. Xabi la clavó sin opciones para el buen Lloris.

Francia sólo se estiró cinco minutos, cuando el cronómetro se paseaba allí por el setenta, y Ribery se atrevió a dar un zarpazo por la izquierda. Iker Casillas se ocupó de responder con la parada nuestra de cada día. Nuestros vecinos del norte no fueron capaces de doblegar la excelente organización defensiva española ni de crear problemas a un equipo que nunca les había ganado en partido oficial. No fue la Francia de Platini ni la de Zidane ni la de Raymond Kopa o Just Fontaine. Fue un equipo aplastado por una orquesta bien afinada y un director con ganas de confirmar que los sonidos celestiales resultan obligados en las grandes citas, en los grandes escenarios, ante los públicos más entendidos.

Quizá el gran Perico no sabía cuando construyó su poemario que, treinta años después, el arte de la métrica y la expresión conducirían su apellido a la cima más alta de un planeta que tiene forma de balón. Gracias, don Pedro, desde la memoria y el presente, en nombre del fútbol, de la literatura y de la poesía.

Quini, “El Brujo”.

Cuando los niños merendábamos bocadillos de nada y caminábamos tres kilómetros para ir a la escuela, cuando los coches de la policía daban miedo, cuando los ojos de los asturianos lucían miradas tristes, cuando las fotografías se hacían siempre en blanco y negro y la vida era una ausencia de colores, llegó Quini.

Recuerdo que lo fuimos descubriendo poco a poco, como si se tratase de un nuevo mundo, como una América del fútbol, y comenzamos a disfrutarlo deprisa, por si se terminaba pronto, a valorarlo desde el primer día, por si acaso fuera un espejismo. Enrique fue una orquídea en el desierto de las ilusiones. Transcurría el final de los años sesenta.

“El Brujo” entrañaba una esperanza para todos, una belleza, una locura, una sensación de sensaciones, una libertad atrapada que comenzaba a escaparse entre las rejas, un espíritu santo que deseábamos ver volar redentor sobre nuestras cabezas. Buscamos a Quini como quien persigue un  signo de alegría, el abrazo solidario, la imagen del gol, la corazonada de que había premio al final aquel sendero oscuro de huelgas en las cuencas mineras y seres humanos podridos en las cárceles por descalcificación. Era la Asturias del “Paisano”, de Horacio Fernández Inguanzo y tantos otros que nunca pudieron ir al fútbol los domingos.

“El Brujo” hechizó nuestra infancia de goles y llantos, de sonrisas y saltos, de corazones encogidos en Segunda, de  emociones enloquecidas en Primera y nos obsequió la imagen de un líder sólido, tenaz e inteligente en aquella vieja Europa, la misma que hoy se tambalea por sus propias veleidades.

Una mañana, en el ejercicio del periodismo y con apenas diecisiete años, pregunté en la banda del centenario “El Molinón”, a la sombras de su tribunas inglesas de madera antigua, por qué lo llamaban El Brujo. Enrique Morán, que estaba cerca haciendo estiramientos, me escuchó y aguardó el tiempo justo para que Quini, mi querido Enrique, cuajase un remate de volea, en media chilena, cruzando el balón a la escuadra del poste contrario: “Por eso, Gaspar, por eso lo llamamos “El Brujo”. Porque hace brujerías”.

Cuando recibí la noticia de su secuestro, me estremecí como todo Gijón, como toda Asturias, como toda España. Veinticinco días después de ese mismo mes de Marzo del ochenta y uno, con la asonada militar aún caliente, Quini fue liberado mientras España jugaba y ganaba en Wembley a Inglaterra, y sus raptores capturados. Lo primero que dijo Quini en el juicio fue: “Señoría, perdónelos, yo ya los he perdonado”. Lo conocí yendo con mi padre, que era el verdadero Gaspar Rosety, el bueno, el genial, el hombre de la voz maravillosa, mi espejo lejano desde más allá de la muerte, en una cafetería que regentaban en Avilés: “Jeskif”. Jes, de Jesús, Ki, de Quini y F de Falo, el tercero de los hermanos. Jesús, excelente portero, “Susi” para nosotros, murió en la playa de Pechón mientras salvaba la vida de dos adolescentes británicos. Un héroe después de vivir.

Quini representa la potencia, la puntería, la fortaleza, la intuición, la inteligencia, el esfuerzo, la generosidad, el amor por las cosas buenas, la bondad en sí misma ensimismada y muchas otras cualidades que no cabrían un folio que, pasado por el corazón, sería un folio en rojo y blanco. En la reflexión sobre este hombre, gran hombre pues de grandeza infinita está hecho, en la meditación sobre su vida, me inspiran los momentos contrarios a los que lo convirtieron en estrella. Humana paradoja.

Me refiero a la soledad que, como dice una canción reciente, es la musa de todos los poetas. Desde el secuestro a su superada enfermedad, hay cosas que sólo él puede analizar y conocer, el sufrimiento de la soledad del líder, del que debe decidir en décimas de segundo arrollado por una defensa marrullera, la soledad del líder de la manada que tiene que elegir sobre la marcha qué camino ha de seguir para proteger a los suyos, la soledad, al fin, del ganador, del campeón, del gran futbolista, de la excelsa figura por todos alabada, del genio de las áreas, cuando te quedas mano a mano con la almohada de cualquier hotel…

Quini es, más que el escudo del Real Sporting, el alma del sportinguismo. Yo jamás le pondría el nombre de Quini a una puerta, ni siquiera a la 9. Si Jesús, fue un héroe al morir, Quini es un héroe en vida, el héroe de mi infancia, de mi adolescencia, de mi vida y de otras muchas vidas. Lo que Quini se merece es que el estadio que se ofrece al final del Parque de Isabel La Católica, entre el Molino Viejo y el río Piles, ese campo con olor a Cantábrico de olas y vaivenes, de brumas norteñas y estruendos de goles, se llame “Estadio de El Molinón, Enrique Castro “Quini”. No se merece menos, ni él ni todos nosotros. Si alguien tiene esa sensibilidad…habrá llegado al corazón de lo rojiblanco, al alma del fútbol. Ese día, un balón, un rugido, el dulce sonido de las redes al ser golpeadas, la foto en color de un 9 que se levanta como un dios griego en el punto de penalty y el sentimiento de todo un pueblo,  las sonrisas de los niños, se encerrarán para siempre en una lágrima de emociones incontenibles. Pero si no llegase, el aire de El Molinón siempre será la frangancia del Brujo.

Publicado en SPORTYOU el 22 de junio de 2012.

El Caviar rojo

Hace seis años, éramos un equipo perdedor. Jamás cumplíamos las expectativas que levantaba la calidad de nuestros futbolistas. Estábamos acostumbrados a no pasar de cuartos.

Desde hace cuatro años, con la Eurocopa, dimos un salto de calidad y, al ganar el Mundial de Sudáfrica, nos convertimos en los mejores del planeta. De bocadillos de sardinas a caviar rojo. De eternos perdedores a constantes ganadores. Hicimos partidos soberbios, sublimes, y otros cuajados de sufrimiento. En la vida, no todos los días son fiesta.

Aprendimos a jugar, a disfrutar y, al mismo tiempo, a sacrificarnos todos juntos, colectivamente. Ganamos como un equipo, sufrimos como una familia. Ahora, arrecian las críticas y ciertos debates artificiales que cuestionan al Seleccionador. En las victorias y en las derrotas, Del Bosque ha lucido sus conocimientos y su enorme capacidad para manejar un grupo complejo, de líderes, capitanes y grandes futbolistas. Y lo ha hecho ganando.

Somos primeros de grupo y clasificados con un solo gol en contra. El de Croacia fue un partido feo, espeso, raro. Son la  octava selección del mundo. ¿Qué esperábamos, facilidades? Pongamos un poco de sensatez.

Después de tantos bocadillos pasamos al caviar y resulta que ahora el solomillo de la clasificación nos parece poca cosa. Reflexión. A la Selección Española se le exige todo pero no siempre se puede tener todo, ganar, dar espectáculo y golear. Mientras en las gradas se pedía a Llorente, Del Bosque sacó a Cesc y Navas y arregló el partido. Sentido práctico sin concesiones a la galería.

España, de azul cielo, toca las estrellas con un gol de ensueño.

España, de azul cielo, toca las estrellas con un gol de ensueño

Una jugada que merecería dormir en el Museo Reina Sofía  condujo a España al triunfo. El pase nació en las botas de Cesc con destino Iniesta. El manchego  se lo regaló a Navas. Gol para una importantísima victoria. Gaspar Rosety, Director de Medios RFEF, desgrana el partido uniendo palabras.

Gdansk, Polonia. 18-06-2012.

La noche polaca venía cálida. Después de un amanecer maravilloso, lleno de luz, el sol se quedó asomado a su ventana para ver a los Campeones del Mundo. Hizo bien. España brilla con sus ideas, destila gota a gota su pensamiento, su irrenunciable estilo de juego y destruye la calma de los impacientes. Del Bosque maneja entre sus manos las cartas de una baraja plagada de reyes y las juega con parsimonia, inalterable, inamovible, agarrado a su fe en la plantilla que confecciona detrás de cada lista.

Esa paciencia infinita del Seleccionador suele terminar dando sus frutos gracias a la constancia, a la tenacidad, que son más resolutivas que la genialidad aunque tal vez menos atractivas. En el primer tiempo, su 4-3-3- fundió de tal manera a Croacia que la dejó contemplando como combinaban los españoles. Setenta por ciento de posesión aburren a cualquier equipo que se ponga enfrente. Bilic ha armado una escuadra poderosa, físicamente fuerte, tácticamente disciplinada y técnicamente de calidad. Un equipo rápido y sólido. Por algo figura en la octava plaza del ranking FIFA. Hacerles un gol es materia complicada, sólo apta para especialistas. Se sabía que daría problemas y los dio durante ochenta y siete minutos. Tanto va el cántaro a la fuente que alguna vez se tiene que romper. En su estilo, España no rompió el cántaro al estamparlo contra el suelo: sacó la varita e hizo magia. Lo suyo.

Cesc inventó un tiralíneas dirigido a Iniesta. Andrés lo bajo con el pecho y, dejando caer dulcemente el balón, se lo regaló a Navas, que venía acompañando al manchego, ambos en posición correcta. Le pegó tan fuerte bajo palos que la pelota se clavó en las redes croatas. Arte. Arte Moderno para enmarcar.

España fue superior todo el partido, excepto cinco minutos de la segunda parte, cuando los hombres de Bilic, con Rakitic metido en faena, obligaron a Iker a seguir siendo santo, cuestión que parece asignada para la vida eterna, la de aquí, la terrenal, que a los rivales de Iker se les tiene que hacer muy eterna. Es verdad que el gol tardó mucho en llegar, casi mejor diré que demasiado. España lo mereció antes uniendo pases y combinaciones maravillosas, tejiendo en el medio campo con la idea de ser primera de grupo. Del Bosque puso a Torres de referencia e intentó abrir la lata con Iniesta y Silva. Por detrás, el surtido de balones resultaba constante. Sin embargo, a pesar de que la Selección creó ocasiones de gol y puso en aprietos al meta croata, Pletikosa, el gol llegó cuando Cesc Fábregas sacó el cerebro a pasear por este estadio que, al atardecer, brilla como un ámbar crepuscular, pura resina.

Cesc partió al contrario con un pase extraordinario, superlativo, de figura mundial, y ahí terminó el sueño de Croacia, que había jugado a la contra por obligación. España sacó billete para Ucrania y me imagino la sonrisa superestelar de Carol Coster y su inseparable Mario Pasternac, siempre atentos al espectáculo de los sentidos y de los sentimientos, que tanto se unen a través de La Roja. Debió leer Del Bosque “El Asedio”, obra increíble de Arturo Pérez Reverte, y se empeñó en explicársela a los croatas ig como primera de su grupo, por delante de Italia. El honor de España no se cuestiona. A Del Bosque y su equipo, tampoco.   ual que los españoles pasaban por los caños en la batalla de Chiclana. El resultado de ese asedio delbosquiano, de su fe y su tenacidad, fue el gol y la victoria de España para clasificarse

Fútbol romántico

Gdànsk es un paraíso cuajado de historia, ciencia, filosofía y romanticismo; el lugar idóneo para rodar una película, desde el Westerplatte, donde se inició la II Guerra Mundial en septiembre de 1939 hasta La Taverna que ofrece vodka en las orillas del canal que conduce al Báltico.

España acertó con su sede y con los polacos de la zona, que tifan por La Roja, admiradores de su fútbol y su juego. Gdànsk es una ciudad de cine donde España lució contra Irlanda una verdadera superproducción al nivel de las mejores artes holywoodienses. Sabemos que Iker es nuestro santo predilecto, inigualable, insuperable, infinito. Y que Xavi es el heredero de Von Karajan o de Ricardo Mutti. Somos conocedores de la jerarquía de Xabi Alonso cuando se trata de mandar con sentido estético y anhelábamos los goles de Fernando Torres, por su bien y por mi egoísmo, y cerrar así el absurdo debate de quienes ignoran la esencia del balompié. Todos arropados por una defensa integrada, valiente y profunda, acompasada por la música celestial de Iniesta y Silva. No sé sabe si llevan batuta o varita mágica. Hechizan. Abducen. Embrujan. Enganchan. Fútbol adicción.

Si Gdànsk encarna el romanticismo histórico, Iniesta y Silva convierten el juego en un constante Concierto de Año Nuevo, como si disfrutáramos del partido en la Sala Dorada de Viena, donde conquistaron su Eurocopa 2008. Todo es armonía, paz, lujosa observación; todo es silencio para que su música resalte y teletransporte al ser humano allí donde sólo existen la quietud y el amor. Privilegio.

SPORTYOU – Fernando 9 Torres.

Confieso muy sinceramente que soy de Torres. Desde antes de que debutase con el primer equipo del Atlético de Madrid hasta nuestros días, soy de “El Niño”. Mis expresiones de hoy no resultan, por ello, fruto de la oportunidad ni de la casualidad, antes bien nacen de la causalidad. Un gran jugador siempre puede hacer grandes cosas; un gran goleador siempre puede anotar grandes goles. Y los marcará esperando en el punto de penalty, entrando en diagonales desde el pico del área, llegando desde la media punta o irrumpiendo en un contraataque mortal.

Los goleadores pueden llevar cualquier número en la espalda y situarse en el campo como y donde más les plazca. Cesc marca casi siempre desde el mismo sitio, dentro del área, y se le llama falso nueve. Lo único falso de un nueve es que no marque goles. Marcó otro de nueve aunque lleve el 10. Los dos, Torres y Cesc son un 10.

A Fernando no le fue bien esta temporada en el Chelsea pero llega fresco, con ganas, con ansias de golear, de ejercer su oficio. Recuerdo que, cuando nos probamos los uniformes de la Eurocopa, coincidimos en la sala y le dije: “Mira, Fernando, he apostado tantas comidas y cenas a que revientas la Eurocopa con tus goles que si no lo haces me meterás en Ley Concursal; serás mi ruina”. Me miro como miran los niños, con esa sonrisa pícara y me respondió: “Si me estás animando, que sepas que ya vengo motivadísimo…pero me acordaré de ti”.

Por eso, y por el cariño mezclado con mi sincera devoción futbolística, no me sorprende su brillo. La vaselina que le tiró a Buffon sólo sale de un delantero que confía en sí mismo. Y Fernando tiene detrás a Busquets, Xabi Alonso, Xavi Hernández- el chico del frac-, y dos magos, Iniesta, llegado desde Fuentealbilla, tan manchego como Don Quijote, y David Silva, venido desde el sur de Gran Canaria, para jugar al fútbol con chistera, como si fuera David Copperfield.

Me alegra su éxito porque es el de todos y, siendo egoísta, también el mío. Torres merece el respeto universal.