Picasso

Guardiola dibujaba sobre la hierba palomas de la paz en cinco trazos. Le vi hacerlo en el antiguo Wembley, a la sombra de aquellas emblemáticas torres del fútbol mundial,  y lo rebauticé con el apodo del genio malagueño porque pintar con la pelota acciones de pensamiento inaccesible se enmarca en la belleza del arte.

El camino que ha recorrido determina la filosofía de una idea. Los clubes existen apoyados en dos pilares, el sentimiento de sus aficionados y la idea de sus directores. No resulta frecuente que un recogepelotas se convierta en capitán del equipo y, después, en su entrenador. Dice mucho acerca de la filosofía de la entidad y del sentimiento que genera entre su gente. Todos los niños han soñado alguna vez vestir la camiseta de su equipo. La estructura del club es la que fomenta y facilita ese ADN futbolístico, guardado para los elegidos. Son el fruto de la idea, de un criterio estructural que, ahora, ha designado sucesor en la continuidad del pensamiento. Una decisión que, acertada o no, preside la coherencia.

Guardiola fue siempre ganador como futbolista, con su club y con España, y como entrenador. Ha sembrado un estilo  adaptado a jugadores excepcionales, campeones de todo, que le han ayudado muchísimo; sin mimbres, no hay cesto.

Pep deja en el aire el espíritu de Picasso, el pensamiento de Cruyff y, en especial, lega su propio ideario, su sello guardiolista. Intuyo que regresará de traje, con esas corbatas estrechas y sus medias levitas. Sospecho que le pasó el tiempo de obedecer; se irá con su música a otra parte, música picassiana, y volverá.

Un nuevo renacimiento

Los estudiantes de Periodismo de la Universidad Europea lo tienen claro. Quieren, y luchan por él, un periodismo deportivo diferente, independiente, veraz y libre. En una discusión apasionante, moderada por Luis Moser-Rotschild, debatieron con contundencia y claridad de ideas, fruto de un alto nivel de formación.

Contra la precariedad de valores, afrontan un siglo XXI preñado de nubes negras, no sólo en el periodismo. Se quejan, con razón, de un futuro incierto. Mi receta es breve: «Necesitamos un nuevo Renacimiento. Un nuevo resurgir del Humanismo. Que renazcan el ser humano, la filosofía, las artes y las ciencias». Los doctores Luis Calandre, decano, y José María Peredo dan buena fe: ese debate renacentista está hoy en los foros y «lobbys» internacionales.

Era Diógenes quien, con un candil a pleno sol, buscaba un hombre. Le dijeron que la ciudad estaba llena de ellos y respondió:«Busco a un hombre de verdad, que viva por sí mismo, no sometido al rebaño», reflexionó.

Esta generación exige corregir nuestros errores, lucha por desterrar la prevalencia del dinero sobre las cualidades humanas y aplica su pensamiento al periodismo y la vida. Las tecnologías alumbran la sociedad nueva, integrada por veinteañeros que apagarían en un santiamén el candil del griego.

Rechazan el griterío, los insultos, la bufanda, el miedo, el periodismo al dictado. Son mis héroes. Enfrentan el futuro con valor, conocen las dificultades pero son valientes, preparados para ganar la guerra sucia a los que pretenden deshumanizarlos. Quizá esto no interese en cincuenta días, pero alguien lo contrastará dentro de cincuenta años. Renaceremos.

Telmo Zarra

Solemos admirar aquello que vemos. Obras de pintores, escritores, escultores, películas, personas, en fin, algo que tenemos delante. Sin embargo, yo admiro a un hombre al que nunca vi jugar, al que nunca tuve delante de mí vestido de corto, al que conocí con sus setenta años ya cumplidos. Admiro a Telmo Zarra, el español que derrotó a la pérfida Albión, el hombre que poseía la mejor cabeza de Europa después de Winston Churchill. Admiro a Telmo Zarra, seis veces «Pichichi», 38 goles en 30 partidos.

Ahora dicen que el registro de Zarra ha caído y no es del todo cierto. Converso con su mujer, Carmen Beldarrain, y con sus hijas, Carmen y Elena, y sigo creyendo que Telmo sigue siendo el número uno. 1,26 goles por partido. Rafael Moreno, «Pichichi», que jugó en el Athletic Club desde 1912 hasta 1921, que marcó el primer gol que se consiguió en San Mamés, que jugó con España en Amberes, que falleció antes de cumplir los treinta años, debe de estar paseando por las nubes del Edén cogido del brazo de Zarra.

Ahora, gozamos de otros futbolistas extraordinarios, que juegan, lideran, golean y abanderan un fútbol vencedor. Sin embargo, no podemos comparar épocas tan distintas entre sí y tan distantes en el tiempo. Zarra arrasó hace más de cincuenta años, situó a «La Roja» en el listón más alto de la historia, hasta que llegó Suráfrica 2010, y formó con Iriondo, Venancio, Panizo y el gran Piru Gaínza una delantera de ensueño. El récord de Zarra no es sólo numérico, que también, sino mucho más que eso.

Superación

El caso de Eric Abidal, como tantos otros, nos sirve para apreciar aún más lo que tenemos. La reacción de todos los equipos, mostrando camisetas de ánimo, la de sus compañeros de vestuario brindándole la recogida de la Champions, el gesto de su primo, que le dona medio hígado… Todo ello nos transmite una sensación de bondad que, a menudo, no encontramos en la vida cotidiana y, mucho menos, en las páginas de los periódicos o en los telediarios.

En Sevilla, vivimos con dolor la muerte de Antonio Puerta. Y la ciudad, béticos y sevillistas, se fundió en un solo corazón, en una sola lágrima. Me emocionó ver las camisetas blanquirrojas y las verdiblancas, unidas ante el luto. Más tarde, se repitieron las muestras de cariño cuando el Betis anunció que su jugador Miki Roqué sufría cáncer. Y fueron, precisamente, los sevillistas los primeros en manifestar su afecto.

Ahora, ver a la plantilla del Barça en casa de Abidal, bañándose vestidos en la piscina, ofrece una idea de la unión que reina entre ellos. La desgracia ha engarzado más lo que ya estaba bien enlazado por la convivencia diaria. He contemplado varias veces, en estos días, un video en Youtube, con Irene Villa, entrevistada por Mariló Montero a los veinte años de su atentado. Enseña una sonrisa conmovedora ante el sufrimiento. Irene es deportista. Lo era antes de su mal día. La admiro profundamente, y a su madre, María Jesús, por el ejemplo de bondad, afán de superación y juego limpio. No odian. Perdonan constantemente.  Aman.

Pensando en todo ello, creo que las ruedas de prensa de Clemente no tienen mucha importancia.

Real Sporting

Los problemas del Sporting son estructurales. Hace casi tres años que reflexioné sobre el futuro del club y la realidad del equipo, salvado milagrosamente en la última jornada, ante un Recre descendido. Esa era la fecha para tomar decisiones que no se tomaron. Año 2009.

La primera consistía en la organización de la institución con un área deportiva en manos de profesionales competentes. El miedo a las críticas hizo que no se cortara por lo sano. Ahora, la gangrena del descenso lo invade casi todo.

Los responsables deportivos fueron de colegas con los futbolistas, despreciaron Mareo, el gran activo del Real Sporting, y se dedicaron a fichar a golpe de talonario inexistente un mal defensa en Uruguay, un mediocre delantero en Chipre o un media punta creyendo que era delantero centro. Ignorancia profunda. Perversión y dureza facial. Así se ve hoy este club que aprendí a amar desde mi infancia, vivida en rojo y blanco. Nada genera tanta ilusión como caminar la playa y cruzar el parque con la bufanda o la camiseta para llegar a El Molinón, animar al Sporting y cantar el “Gijón del alma”.

Se necesita una reforma estructural, un plan de negocio deportivo, económico y social. Y mucho aire fresco. Con una de las mejores aficiones del mundo, el club está obligado a renovarse y planificar con criterio y firmeza el futuro inmediato. Clemente era una pieza mínima en este movimiento. Creo que ni Ferguson podría salvar a una plantilla desequilibrada, hecha sin pies ni cabeza y  anestesiada en la derrota.

Real Zaragoza

El sufrimiento de Manolo Jiménez empieza a merecerle la pena. Tras su victoria de ayer se ha reenganchado  a la lucha por la vida, agarrado a la épica del penalty después del último minuto. Un equipo que estaba muerto hace un mes y por el que no hubiéramos dado un euro, ha sido capaz de resucitar y plantar cara al futuro, vestido de descenso, ruina y desmoronamiento,  ante una afición extraordinaria, maravillosa, capaz de soportar lo insoportable.

El Real Zaragoza ha sido siempre un grande de nuestro fútbol, desde los tiempos de los “Cinco Magníficos” hasta sus peores peregrinajes  por la Segunda División. Cuenta con el respaldo de una gran ciudad y una historia cuajada sobre la base de los éxitos. Todos fuimos zaragocistas aquella noche mágica de mayo de 1995, cuando el cielo de París se abrió en el Parque de los Príncipes con los goles de Esnáider y de Nayim. Liderados por los inagotables Ligallo Fondo Norte, los aragoneses entronizaron el fútbol espectáculo. Nunca se rinden.

Ahora, tras un verdadero calvario, el escudo rojo del viejo león se deja la sangre sobre la hierba para escapar de una desaparición que sobrevolaba entre los miedos más cercanos. El Real Zaragoza no está luchando para evitar el descenso sino para regatear a la muerte. Este ejemplo de afán de supervivencia dignifica a sus integrantes y a su afición. No sabemos cuál será el final, tampoco lo saben en Gijón, Santander y otras ciudades, pero se agradece que en esta liga tan espectacular nadie arroje la toalla.

Bufanderos

Alguien descubrió, hace años, que debía mantener audiencias a cualquier precio. Y se pagó en objetividad e independencia. Así llegaron los periodistas forofos que siempre dan la razón al seguidor: sólo ven penaltis a su favor. Parecía gracioso pero, ante la proliferación de este formato, los lectores, espectadores y oyentes comenzaron a preocuparse por no confundir la  información veraz con opiniones que se limitan a darles la razón.

Me gustan las tertulias, los debates apasionados, los temas candentes y las opiniones libres. Ello implica pluralismo, democracia, respeto y libertad de pensamiento y expresión. Lo que no me gusta es el circo. Me gustan el periodismo y la comunicación. Cuando queramos payasos, trapecistas y domadores, ya sabremos dónde ir.

Entiendo al bufandero como un actor que representa su papel dentro de una obra pero prefiero pasar página o usar el mando para cambiar si pretenden liderar la información. Ellos no informan, sólo opinan, pero pretenden que sus opiniones se confundan con la verdad. Hacen falso periodismo.

No es bueno transmitir a los estudiantes que ahora empiezan que ese sea un modelo a seguir. El periodismo requiere información, investigación, fuentes,  comprobaciones, rigor, estilo, calidad y criterios éticos. Es la verdad quien debe ejercer el liderazgo. La seriedad no está reñida con la sonrisa. Los verdaderos periodistas, muchos y buenos, no llevan bufanda. Comprendo a quien se la pone para poder comer pero una cosa es la comunicación corporativa y otra el bufandero que vive del cuento de cada día. Eso no es ciencia, ni arte ni veracidad ni ética. La única virtud es que no esconden su función. Nos consideran estúpidos.

Quim Doménech

Ni la Inquisición hubiera sido tan cruel con alguien que cometió la ingenuidad de mostrar como espectáculo el modo de conseguir una información. En esta mezcla de información y espectáculo, tan de moda, suele perder la primera. Las audiencias conviven mejor con lo segundo.

Los periodistas no debemos juzgarnos unos a otros. Nos llega con analizarnos  a nosotros mismos. No conozco a Domènech pero sé lo que ha pasado por su cabeza. Yo también hice de las mías y sufrí la represión brutal de los gurús, gentuza que sale de caza cuando huele presa joven y fácil. Grave error: periodista herido, periodista vivo.

Si Quim fuera perverso, hubiera mostrado sólo lo que le interesaba, sin descubrirse él ni desvelar su gancho. Podré pensar si yo hubiera actuado así o no; puedo expresar si estoy de acuerdo con su método o no, pero no doy lecciones a profesionales. Imparto clases a mis alumnos y me basta.

Quim pertenece a una generación nueva, con espíritu sano, limpio y fresco, que puede acusar inexperiencia pero no maldad. A estos chicos les toca rehacer el periodismo deportivo de verdad, hoy en vías de extinción, ese que defino en las aulas de la Universidad Europea de Madrid, como “la ciencia de buscar la verdad y el arte de saber contarla, desde un procedimiento ético”.

Aprendí a jugar al ajedrez perdiendo partidas y corrigiendo errores. El deberá crecer así y sabrá mejor que nadie cuándo acierta y cuándo se equivoca. Reflexionará para ser mejor porque debe seguir su camino.

Roberto Soldado

Lo conocí en el Castilla. Destacaba por su asombrosa capacidad goleadora, una compañera de viaje que le seguirá hasta la eternidad. El sábado confirmó el peligro que encierra cuando se asoma al balcón del área. Sabe arrollar rematando de cabeza o con los pies. Ha crecido como futbolista y ha mejorado su técnica hasta límites increíbles. A él lo vimos hacer este año el mejor control de la Liga y, el sábado, sus antiguos compañeros sufrieron el martirio de un verdugo sin piedad. Marcar cuatro goles en un solo partido es materia reservada a los elegidos.

Soldado fue educado en la cantera del Real Madrid, donde te forman como futbolista y como persona, donde te enseñan a jugar, donde te enseñan a ganar y te inculcan que juegas para ganar. Allí, te marcan el camino de la responsabilidad que exige defender una historia centenaria. En la cantera del Real Madrid, te educan para ser grande. Se lo escuché a muchos futbolistas y entrenadores.

Roberto absorbió esas maneras y ese espíritu. No es mejor hoy por haber marcado cuatro goles sino por haber sabido aceptar el devenir de su propia vida. Demostró la humildad que exige renunciar al club de tus amores; acreditó la sencillez de encontrar la felicidad en una casa más modesta; y lució un espectacular afán de superación para regresar a un grande. Soldado realizó el sacrificio necesario, trabajando en silencio, quizá en soledad, para mejorar. Jugar para ganar, para ser grande. La filosofía grabada a fuego.

Tiene todas las virtudes del gran delantero centro. Como ser humano, extraordinario. Como futbolista, admirable. Espero y deseo que la vida le rinda justicia. Dios le concedió  la grandeza de los triunfadores.