Escucha la narración de la 9º Copa de Europa del Real Madrid

Como homenaje en el día que Gaspar Rosety hubiera cumplido 61 años, queremos recordar una de sus mejores narraciones, la final de la Copa de Europa de 2002. y que supuso la 9º Copa de Europa del Real Madrid.

Se enfrentaba el Madrid ante el Bayern Leverkusen en el Hampden Park de Glasgow, fue el 15 de mayo de 2002. Comenzó marcando Raúl González Blanco en el minuto 9. En el 14 Lucio empató el encuentro, y en el 44 Zidane decidió el encuentro con un golazo de volea, tras pase de Roberto Carlos, que figura como una de los mejores goles cantados por Gaspar.

El partido fue narrado por Gaspar en la Cadena Cope. En el 1º audio se puede escuchar la primera parte casi en su totalidad; en el 2º audio la narración del gol de Zidane. Y en el 3º se puede escuchar la narración de los últimos minutos del partido y la celebración del título.

Dama, Dama

Aunque a algunos, tristemente, les pese, el deporte femenino va haciéndose cada vez más presente en nuestra sociedad, conquistando audiencias y seguidores hasta hace poco impensables, tal y como han demostrado las finales del Europeo de baloncesto y del Mundial de fútbol celebradas el pasado domingo: este último ha servido además para hacer visible una demanda inaplazable: la equiparación salarial con los jugadores internacionales masculinos.

La actual generación de la selección española de baloncesto ha forjado un espectacular palmarés, 7 medallas en los últimos 7 años: para que se hagan una idea de la dificultad de esta gesta, el equipo masculino de los Navarro, Gasol, Reyes y compañía “solo” consiguió  5 consecutivas entre 2005 y 2009. El reconocimiento que se merecen las Palau, Cruz, o Domínguez por citar a las más veteranas debería ser equiparable, una consideración que esperemos se mantenga en el tiempo independientemente de los galardones que se pudieren obtener en un futuro.

Si en nuestro baloncesto encontramos argumentos para demostrar similitudes y denunciar discriminaciones, lo de la selección de fútbol femenina de EEUU no resiste comparación, exceptuando el baloncesto profesional norteamericano, con ningún otro deporte masculino o femenino del planeta: en los ocho mundiales disputados hasta la fecha, el combinado yanqui ha ganado cuatro y ha conseguido alguna medalla en los cuatro restantes; en los 6 Juegos Olímpicos, también con cuatro oros en su haber, solamente en Río 2016 no estuvo en el podio. “¡Equal pay! (igualdad salarial)” se pudo escuchar el pasado domingo en Lyon en apoyo a la demanda presentada por 28 jugadoras el pasado 8 de marzo ante un tribunal de Los Ángeles para reclamar una más que justa equiparación en el dinero percibido por sus homólogos masculinos, discriminación aún más sangrante si comparamos el palmarés de uno y otro combinado.

Puede que, a día de hoy, sea utópico reclamar a los clubes o empresas privadas, a los organizadores de torneos individuales, la igualdad salarial para los deportistas independientemente de su género; en la mayoría de los casos pueden argumentar que el impacto mediático, publicitario o el volumen de ingresos es radicalmente distinto según el sexo y de ahí la desigualdad en los premios, pero es totalmente inaceptable que en pleno siglo XXI cualquier federación de cualquier país democrático no tenga ya realizada dicha equiparación salarial. No hay escusas para estos organismos que, no lo olvidemos, se administran con dinero público.

Alfredo Plaza

HURACÁN, EL CORAZÓN DE BUENOS AIRES

Los ‘quemeros’ idolatran aún hoy, transcurrida una eternidad, al inolvidable ‘Ringo’ Bonavena, el hombre bonachón y fanfarrón que se hizo grande desde su humildad a base de golpes y puñetazos dentro y fuera de un cuadrilátero. Una estatua, de tres metros y medio, lo recuerda frente a la sede de Huracán. La copla que habla de ese amor imperecedero recorre Parque Patricios y todas las plateas del estadio del ‘Globito’, el Tomás Adolfo Ducó, el popularmente conocido como ‘El Palacio’. La liturgia argentina es diferente a la del resto.

Pero Huracán y por extensión Parque Patricios es mucho más que una copla dedicada a un ‘quemero’ egregio y de a pie.  Huracán y Parque Patricios desprenden olores que te sumergen en la poesía, en el tango y en el olor a glicinas de los patios del barrio Sur. Parque Patricios te adentra en los amores de juventud y también en los amores velados de la madurez cautiva y a la vez furtiva. Los quejidos lastimeros y abisales que surgen de dentro de ti los transforma el tango en puro deleite para tus oídos y por extensión para tus sentidos. Carlos Gardel iba a Parque Patricios a ensayar, allí encontró el mejor de los acomodos para darse y ofrecerse al mundo en ese ritual sin parangón que representó su cante. Y por ese lugar también se pudo ver a Enrique Santos Discépolo, aquel que afirmó que el tango “es un pensamiento triste que se baila”. ¿Bailas conmigo, tristeza?

Y ocurrió que en paralelo a todo ello surgió de manera espontánea y afín al momento que le tocó vivir otra gran expresión estética que aún hoy, transcurrido el tiempo, se recuerda con sublime agrado. 46 años han pasado desde entonces, 46 años de andar y desandar, de subidas y bajadas, de idas y venidas, 46 años de amortajar a algunos y ‘empañalar’ a otros. Dos vidas en una; y entre medias el Metropolitano del 73. Aquel Campeonato, aquel título lo ha representado todo para el ‘Globito’ y sus incorregibles e incondicionales ‘quemeros’. Huracán, considerado en una encuesta del 2009 hecha por el Diario ‘Olé’, el sexto grande se entregó al éxtasis en aquel Campeonato que representó su puesta de largo en la alta sociedad futbolística argentina. Del 2 de marzo al 30 de septiembre de 1973 los jugadores dirigidos por un neófito, por entonces, César Luis Menotti se coronaron campeones por quinta vez en su historia, y por primera, y única, vez en el profesionalismo. 

Aquel equipo, construido, forjado dos años antes, con la llegada del ‘Flaco’, dejó su impronta por todas las canchas por las que pasó. La estética y el buen trato del balón por encima incluso del resultado. Poema con versos edulcorados que todo el mundo recitó entre abducidos y extasiados. Un once donde diez eran argentinos y uno uruguayo; el lateral derecho, ‘El Buche’ Chabay. Un once de leyenda que permanece en la memoria colectiva, en el imaginero popular y lo hace inalterable al devenir del tiempo. Aquel equipo, ese que salió Campeón en el 73, lo componían un elenco de jugadores que dieron loas y lustre al Club Atlético Huracán, el Huracán de Parque Patricios, el Huracán de Bonavena.

En la portería estaba Héctor Roganti, el ‘Pichín’ fue el portero menos goleado de aquel Metropolitano. La defensa la conformaban los centrales Buglione y Alfredo Basile, el ‘Coco’ Basile, también conocido como el ‘Manija’. En los laterales el ‘Lobo’ Carrascosa y el charrúa Chabay. Por delante de ellos el ‘Fatiga’ Russo, y a sus costados dos finos y elegantes centrocampistas, dos jugadores que dotaron al ‘Globito’ de llegada y goles. Por la derecha Miguel Ángel Brindisi y por la izquierda el ‘Inglés’ o el ‘Gringo’, da igual, Carlos Babington. El primero alargó su magia y su duende en el tiempo y ayudó también a crecer a la UD Las Palmas y a Boca Juniors; el segundo llegó a terminar siendo Presidente de la entidad bonaerense. El enlace era un antiguo exiliado en el CSD Comunicaciones de Guatemala, él era Omar Mateo Larrosa, el mismo que terminó proclamándose Campeón del Mundo en el Monumental de Núñez en el 78. En punta de lanza sobrevivió con honores militares Roque Avallay, y haciendo pareja junto a él uno de los más grandes jugadores que ha dado Argentina: René Orlando Houseman, el jugador de banda nacido en La Banda, provincia de Santiago del Estero. El ‘Loco’ o el ‘Hueso’ es para muchos entendidos el mejor extremo derecho que ha dado el fútbol argentino. Jugador dotado de una calidad imperecedera e impagable y de una velocidad endiablada. Compañeros y rivales nunca osaron discutirle su mecenazgo dentro de una cancha de juego. El ‘Poeta de la banda’, el ‘colifato’ (loco) forma junto a Herminio ‘el Mortero’ Masantonio, Guillermo ‘el Filtrador’ Stábile y Antonio ‘el Turco’ Mohamed la presidencia vitalicia del santoral ‘quemero’; con permiso, ¡claro está!, de Oscar Natalio ‘Ringo’ Bonavena, el Rey de reyes, el elegido, el ungido. Houseman ya se nos fue, y lo hizo asido al micrófono de ‘Radio La Colifata’, su último refugio vital.

Cae la tarde en la frondosidad de Parque Patricios, ubicado entre la sede social de Club y el ‘Palacio’. Allí se dan cita los incorregibles amantes de ayer, hoy y mañana. Allí se encuentran la francesita Exso, delicada y femenina ella, y Anaximandro, un porteño de la calle el Refrán. Y allí, entre quejidos y amarguras de tangos viejos y de algún ‘quilombo’ nuevo, se deleitan clamando aquello que tan profunda y sentidamente sale de sus gargantas y por extensión de sus corazones: “¡Somos del barrio, del barrio de la Quema, somos los hinchas de ‘Ringo’ Bonavena!”; el boxeador, el hombre que cayó de pie, el etéreo, el huracanado ‘quemero’ de Parque Patricios y sus aledaños. El otro ‘Ciclón’ cercano al de Boedo.

Y de fondo, y al fondo los focos inextinguibles del ‘Luna Park’ prenden desde las alturas y rememoran tiempos pretéritos. Allí un país entero lloró y veló a Carlos Gardel, a Bonavena, a Julio Sosa y su ‘Cambalache’,…Allí cantó, atrajo y sedujo Sinatra; y entre su lona y las cuatro cuerdas se conocieron Perón y Eva. Argentina es esto y aún mucho más. La Plaza de Mayo nos espera en octubre.

Diego de Vicente Fuente

Los tres tenores

El pasado domingo Rafa consiguió la copa que le faltaba para tener la docenita reglamentaria por si le vienen visitas a casa: lo realmente preocupante para el tenis mundial es que la práctica totalidad de la vajilla se la sigan repartiendo tres señores que, pasados ya los treinta años (37, 33 y 32 respectivamente), siguen sin tener herederos que amenacen estropearles el ajuar.

Desde 2004, año de la explosión de Roger, hasta el presente, 52 de los 62 títulos de Grand Slam disputados han ido a parar a las vitrinas de los actuales dominadores del circuito: el suizo inició su cuenta un año antes, Rafa en 2005 y Nole no arrancó hasta 2008, pero más de década y media después es absolutamente inexplicable este triunvirato. Por supuesto que ha habido otras épocas en las que destacaba uno o dos jugadores, pero quitando a Agassi (12), Sampras (10), Connors (9) y Borg (8), raramente alguien había pasado 6 temporadas seguidas (con algún año en blanco de por medio) ganando al menos alguno de los cuatro grandes. Mucho ha evolucionado la medicina, la preparación física y mental, y la alimentación entre otros aspectos a lo largo de los últimos años, pero esta evolución ha sido igual para todos: el único argumento al que nos podemos asir para intentar justificar esta anomalía es la coincidencia simultánea de los tres mejores tenistas de todos los tiempos con la imprescindible suerte de que sus lesiones les hayan respetado lo suficiente para repartirse todos estos grandes torneos a lo largo de tantas temporadas.

Más pronto que tarde estos tres tenores dejarán paso a la siguiente generación, pero a día de hoy solo el calendario es su único rival: que alguien pueda superarlos en calidad a cualquiera de ellos difícilmente lo verán nuestros ojos pero, mientras tanto, que sigan asombrándonos con sus recitales.

Alfredo Plaza

Papá y España

Siempre es un buen día para rendirle homenaje a un padre.


Ayer encontré en mi escritorio un folio en el que se leía “Adelita y el Mundial”, sobresalía entre otros, me llamó la atención y decidí leerlo. Era un artículo escrito por mi padre, sobre aquel maravilloso viaje a Hannover para ver ese España-Francia que tanto dolió. Estuve en el Mundial de Francia, pero no era consciente de lo que estaba viviendo, sin embargo, en Alemania sí lo fui, claro, era mayor y amaba el fútbol y a la persona que me llevaba, con todas mis fuerzas.


El artículo termina así: “Mi hija me preguntó en el vuelo de regreso: “Papá, ¿vamos a ganar el Mundial alguna vez?”. La llevé a la cabina del Airbus-300, contempló el despegue junto a los pilotos y a Gonzalo Miró, le enseñaron la luz de Venus y después la acompañé al asiento. Le pedí una manta a la azafata, la tapé y le cerré los ojos hasta llegar a Barajas. ¿Nunca ganaremos un Mundial?… Esta noche volveré a soñar, porque siempre se puede ser más grande, y quizá encuentre una respuesta para Adelita.”


Me costó terminar de leerlo, pues tenía los ojos inundados de lágrimas, pero al llegar al punto y final vi, que una vez más, mi padre cumplió su palabra y se encargó de encontrar una respuesta bastante satisfactoria para mí.


No solo se encargó de enseñarme que nuestra Selección había crecido, también que lo hizo en un momento en el que el país estaba “roto” y el fútbol se encargó de unirlo y llenarlo de felicidad.


Salía de la universidad cuando ví en mi móvil “Papi llamando”, contesté y empecé a contarle cómo había ido el examen a lo que me respondió: “Va a ir un coche a recogerte y te va a traer al Club Deportivo Somontes.” ¡Mi padre me llevaba a celebrar la victoria junto a él! Recorrí las calles de Madrid entre una marea roja, que cubría las calles de la capital, pues gente de toda España vino a celebrar esa alegría. España ganó la Eurocopa, el Mundial y volvió a ganar la Eurocopa.


Ganamos el Mundial con un equipo increíble bajo la capitanía del mejor, Iker Casillas. Aquello era una verdadera familia y esa fue la clave del éxito de nuestra Selección. Es más, ese fue el éxito porque España era una gran familia llena de esperanza e ilusión. Iker fue a ganar, fue a por la Copa del Mundo y no defraudó. La trajo a casa.

Gracias a los dos por contestar a esa pregunta que, sobrevolando el continente europeo, le hice a mi padre.

El Ritual, por Ricardo Rosety.

Había que llegar el primero e irse el último. “Así, a lo mejor te enterabas de algo”. Era una máxima para aplicarla en cada partido. Un ritual como los de Rafa Nadal antes de cada punto. Agua. Mucha agua. Al principio era cigarrillos, diría que paquetes, pero después del primer infarto ya no había humo en la cabina. Se ajustaba los auriculares, le asomaba el micrófono por la parte izquierda de la cara y le decía a Menayo que ya estaba listo. Quería el estadio en sus oídos, y el sonido de la radio que le daba Julio hacía el resto.

Con el estadio aún vacío, doblaba un folio en dos. Cogía un rotulador como los que utilizaban mis profesores para corregir los exámenes, respiraba hondo y dibujaba los 22 protagonistas que iban a disputar el partido. Nombre en mayúsculas y el número dentro de un círculo. Lo básico. Y lo adornaba con un mote, una fecha, un lugar de nacimiento o un chascarrillo que siempre provocaba una risa. Al menos, una sonrisa. Todo valía. Y, a veces, ni hacía falta. Venía de serie en el partido de la jornada. La raya en medio que trazaba en ese folio lo separaba en dos, como los campos, y se rompía por el centro para hacer sitio a un rectángulo donde se recogía el nombre de los árbitros y sus asistentes. Y no necesitaba más. La cara B de esa hoja en blanco se impregnaba de la tinta de Edding con el que tiraba cuatro datos previos, las bajas, las sorpresas, la clasificación de ambos equipos y hasta los precios de las entradas. Sí, lo que costaba la más cara y también la más barata.

Pedía agua, que es la gasolina de un narrador. Colocaba los periódicos en una esquina de la cabina, escuchaba el programa durante el calentamiento de los equipos y comenzaba a sentir que las gradas se llenaban. Algún aficionado miraba a la cabina, se ajustaba las gafas, y respondía a todos los saludos. Entonaba su garganta, la regaba con agua y se ponía de pie. Porque siempre narraba de pie. Colocaba su cronómetro en la mesa, al lado del folio doblado con las alineaciones, y preparaba otro para anotar las jugadas. Veía a los jugadores saltar al campo, pedía paso y elevaba el tono. Subía el volumen de los auriculares y se echaba las manos a las orejas como quien quiere meter el sonido en su cabeza. Y entonces todos nos dábamos la vuelta: “Partido a punto de comenzar”. En ese momento sólo había que hacer una cosa: disfrutar de la radio. Porque Gaspar hacía el resto. Y esa parte de la historia ya es más conocida

Ricardo Rosety

RUGIDOS EN KINSHASA

África sigue envuelta en su milenario enigma, ese que a ritmo de tam tam seduce al más humano de los mortales. Los viejos leopardos de Zaire aún campan libremente por la sabana con porte altanero e imperial. África sigue escribiendo a base de rugidos y bramidos su cautivadora y tierna historia. El lado más salvaje busca humanizarse a su forma y manera.

30 de octubre de 1974, hace ya una eternidad, en el estadio ‘20 de Mayo’, hoy llamado ‘Tata Raphaël’, se citaron dos demoledoras y graníticas fuerzas de la naturaleza, dos iconos irrepetibles e inolvidables del boxeo. Allí, en el epigastrio de África, con una gigantesca imagen del mariscal Mobutu Sese Seko, el sátrapa Mobutu, presidiéndolo todo se citaron y se retaron ‘Big’ Foreman y el otrora Cassius Marcellus Clay, reconvertido tras su paso al islamismo como Muhammad Alí. Dos mundos antagónicos cara a cara, ‘face to face’; por un lado el odiado George, el negro al servicio del poder blanco y por el otro el lenguaraz y desafiante Alí, el ‘Loco de Louisville’, el desertor de Vietnam, el proscrito a los ojos de la alta sociedad norteamericana de la época, esa sociedad que asumió para sí los innegociables valores heredados de su orgulloso y altivo pasado heráldico.

Aquel 30 de octubre el mundo entero se detuvo y miró con descaro y sin tibieza al antiguo Congo belga, el caro y sádico capricho del rey Leopoldo II.

El ambiente en los días previos a la pelea estaba enrarecido. Una brecha en la ceja de   Foreman en un entrenamiento hizo que el combate pasase de septiembre a octubre; tiempo que aprovechó Alí para publicitarse con la población local. Y lo consiguió. Su alto poder de convicción atrapó y atrajo a su causa a los nativos que ávidos y huérfanos de mitos se rindieron a su mayestática presencia . Él, que había desafiado a los suyos renunciando ir a Vietnam so pena de ser desposeído del título de Campeón del Mundo acrecentó aún más las simpatías hacia su figura. Al otro lado del  tablero, en las tinieblas y en los abismos de la incomprensión habitaba el huraño George. El gracioso frente al ácido y antipático ‘Big’. Y toda esa mescolanza trajo como consecuencia un ambiente hostil y de rechazo hacia el tejano. Para la historia y para el recuerdo quedan los minutos previos a la pelea, cuando entró en el ring George Foreman y Alí en unos de los laterales del cuadrilátero alzaba repetidamente su brazo derecho, puño cerrado, mientras casi 60.000 frenéticos y desatados espectadores gritaban, en lingala, como una sola voz “¡Alí bomaye!”, “¡Alí mátalo! Febril y frenética reacción de unas gentes que olían la sangre, y lo que era todavía peor, demandaban sangre aunque esa sangre fuera humana.

El desenlace del combate es de sobra conocido. Alí volvió sonriendo de los infiernos mientras Foreman cayó con estrépito en él. Dos años, con una depresión entre medias, tardó en levantarse George. Pero se levantó, vio la luz, también a su Dios, abandonó sus amanerados poses de engreído, odioso y soberbio y se volvió humano. Veinte años tardó en recuperar el cetro Mundial, pero lo logró. Tenía 45 años cuando el viejo dinosaurio tejano levantó triunfante sus brazos al cielo. Había regresado, había recuperado su antaña dignidad perdida a orillas del río Congo. En África no sólo se había dejado el cinturón de campeón, en África se había dejado su corazón y su alma devorados por los viejos leopardos zaireños, descarnados depredadores que lo sumieron en la nada a grandes dentelladas.                                                                   

El tiempo pasó y ello trajo consigo la reconciliación de dos enconados enemigos. Entre ellos surgió una sincera amistad de doble sentido. Amistad que duró hasta la muerte de Alí. Aquellas moles humanas, rocosas, pétreas, que desafiaron a los ritmos circadianos,  que escribieron sus propias ‘Memorias de África’ y que a su peculiar manera ayudaron a engrandecer al deporte de las doce cuerdas son ya leyenda.

El oscarizado documental ‘When we were Kings’ (‘Cuando eramos Reyes’) ayudó a cerrar el círculo. Nos lo mostró todo, no los dio todo, sin ambages, sin guardarse nada para sí como otrora hicieron estos dos gigantes, hercúleos hasta la mística, estos dos gorilas de la niebla: Tombo y Timba.

África amanece siempre de forma diferente. La antigua Zaire se baña desnuda en las aguas del río Congo, el río purificador y revitalizador. En cada porción de tierra, en cada aldea anclada y perdida en los misteriosos recovecos de la historia, donde la malaria, el dengue, el ébola, el sida cohabitan con la población local y donde la palabra miedo no tiene cabida aún se producen rugidos, rugidos en Kisangani, rugidos en Lubumbashi, rugidos en Kinshasa, la antigua Leopoldville; y de fondo, como si de una letanía se tratase todavía se escucha de forma clara el sangriento grito de “¡Alí bomaye!”, ‘¡Alí bomaye!’, ‘¡Alí mátalo!’, ‘¡Alí mátalo!’

                                                                        DIEGO DE VICENTE FUENTE

Pasión por la radio (Por Manolo Rosety)

En mi casa siempre hubo pasión por la radio. Nuestro padre Gaspar inicio una saga que ya cuenta en su árbol genealógico con tres generaciones. Mi hermano Gaspar fue el primero en proyectarse al concierto nacional, después unos inicios en los que ya se le veía madera de periodista con un micrófono en las manos. La radio de provincias ya le quedaba pequeña. Con 16 años tenía la ambición del principiante y la ilusión de un juvenil, pero ya aparentaba madurez con un estilo que se haría propio, con un sello inconfundible. Era su forma de vivir la radio. Aunque lo tengo en mi mente todos los dias, la celebración de esta jornada permite recordar su humanidad, su profesionalidad y su amor por la radio.

Manolo Rosety